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lunes, 18 de agosto de 2014

Idealismos culpables

Es digno de estudio el espíritu popular durante los grandes trastornos políticos y sociales. Ya sea por infantiles atavismos, ya derivado de predicaciones demasiado idealistas, las rebeldías del pueblo suelen ir acompañadas de actos que, si ponen de manifiesto la inagotable bondad del corazón humano, muestran también cuanta parte tiene, en la ineficacia de las revoluciones la candidez general.
Por harto conocido, holgaría citar el hecho singular de que las insurrecciones democráticas alzasen el famoso «pena de muerte al ladrón», mientras consentían que los grandes ladrones esperasen agazapados en sus palacios a que la tormenta revolucionaria amainase. Pero no se considerará así si se tiene en cuenta que el espíritu neto de tal conducta vive todavía en el pueblo y además se ha reafirmado, un tanto modificado, en el terreno de las contiendas sociales.
En todos los sucesos contemporáneos de alguna resonancia se ha visto como el buen pueblo continuaba aferrado al castigo del hambriento ladrón de un panecillo y al respeto a la propiedad sacrosanta del ladrón legal, enriquecido con el trabajo ajeno; se ha visto como el buen Juan se detiene siempre ante las grandes mentiras en que descansa el caserón vetusto del privilegio social. La voz de la reacción es poderosa todavía. Ella grita al pueblo moderación, respeto, templanza; condena todos los radicalismos y pide resignación y prudencia para ir elaborando lentamente un porvenir muy poco mejor que el presente detestable. Los maestros de la charlatanería política y social conocen y manejan bien los resortes de la sencillez popular. Hablan elocuentemente a los atavismos heroicos que hacen del pobre el perro guardián del rico; despiertan los convencionalismos rancios de la honradez servil, de la lealtad humillante, y cuando la rebeldía popular estalla, la historia magnánima consigna la santa virtud revolucionaria que guarda los bancos, las grandes propiedades, los personajes del rebaño y fusila al miserable que cree llegada la hora de comer y abrigarse ¡Y qué cosa tan sencilla escapa a la penetración popular! En mil formas se ha dicho y nunca será bastante repetirlo; aquel famoso letrero de las barricadas republicanas estaría muy en su lugar si los revolucionarios empezaran por colgar de un farol, como suele decirse, a todos los detentadores del trabajo ajeno, políticos, propietarios, etc.

Ricardo Mella
(Publicado originalmente en Natura, núm. 20. Barcelona, 15 de julio 1904)

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