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jueves, 11 de septiembre de 2014

La ideología del adosado

En un libro de una extraña lucidez Todos propietarios [1], Jean-Luc Debry describe cómo la ideología «pequeño-burguesa» se ha impuesto en los grandes estratos de la sociedad. La obsesión por la higiene y la seguridad, el culto de la mercancía y de la propiedad privada, han reemplazado a las solidaridades y a la cultura de resistencia de las clases populares.

Conocemos su participación en la revista de historia social Gavroche [2] así como sus trabajos sobre la Comuna: nos llama la atención que vuelva a retomar una temática social actual como la del triunfo de las clases medias. ¿Qué le lleva a escribir sobre esta cuestión?

Jean-Luc Debry: Hoy en día, la noción ideológica de clase media domina la sociedad. Su objetivo es convencer a la mayor parte de la población de que participa en una gran familia. Los valores de este egotismo sacralizado y celebrado en el seno de esta ideología se ponen de relieve en el culto maníaco de la higiene y de la seguridad, la exaltación del valor del trabajo, en el seno de la cual la función se confunde con la existencia y, naturalmente, la propiedad privada como san­tuario de la mercancía. Culto de una creencia en la cual se borra el deseo de resistencia. Se trata de un propósito más bien desencantado, pues las perspectivas de crear lugares de resistencia se reducen hasta casi desaparecer.

¿Podría volver sobre el término «clases medias»? Como usted subraya, algunos sostienen que la mayoría de la gente pertenece a esta categoría. Hay sociólogos que afirman que ya no existe, o más aún, que está en vías de desintegrarse por la precarización… Emplea también el término «pe­queño-burgués».

J-L D: «Clases medias» es un término cajón de sastre utilizado por los sociólogos. Nos pregun­tamos si el término posee una verdadera existencia social; se ha utilizado por los agentes de marketing para hacer consumir y por la clase política para movilizar a «el votante» du­rante las campañas electorales. Esta noción difusa reposa ante todo en la ideología pequeño-bur­guesa. Históricamente, el objetivo de la burguesía es crear una clase de amortiguación entre el proletariado y ella misma que permita pacificar a este último y hacerle entrar en un estado de sumisión que él mismo habría deseado. A finales de la Primera Guerra Mundial el fascismo fue una solución en varios países europeos para suprimir la idea revolucionaria –como lo ha sido la contrarrevolución bolchevique en Rusia. Tras la Segunda Guerra Mundial, la apuesta de la paci­ficación ha continuado. En ese sentido, la Escuela de Frankfurt mostró bien de qué va la cosa… Aunque el fascismo ha permitido salvar al capitalismo en una situación de crisis, supone un coste en términos de locura y destrucción. Para convencerle de que el proletariado ya no existe en tanto que clase, es preciso hacerle creer que ya no queda nada más que un proyecto pequeño-burgués con el cual cada uno puede y debe identificarse. Del mismo modo que el prole­tariado era una clase que podía situarse en relación al aparato de producción, así también el fenómeno de las clases medias es un proceso ideológico que se identifica totalmente con la mer­cancía. Ya no estamos en una creación de valor para el capital, sino en una posición de presunto goce en el consumo de la mercancía; hay pues un desplazamiento de los métodos de domina­ción.

Esta aculturación, estas pérdidas de referencias culturales de la clase obrera, esta historia de la mercancía, ciertamente han desempeñado un papel importante. ¿Pero no han sido los obreros/as actores/actrices de su destino? ¿No han participado de este aburguesamiento?

J-L. D.: El proletariado se ha visto totalmente desarmado, particularmente por la dominación del partido comunista y de las ideas estalinistas hasta la década de los años sesenta; 1968 fue un sobresalto. Después hubo el colapso histórico del comunismo de Estado, tras la caída del muro de Berlín y de la propaganda que le acompañaba: «Veis, habéis perdido; las únicas pers­pectivas que se ofrecen son las del éxito individual». Todo se reduce al individuo, las tensiones sociales y económicas se abaten sobre el sujeto que se autoinculpa por no ser capaz de ade­cuarse al modelo que se le presenta. Tenía razón al decir que hubo un fracaso del movimiento obrero. La apropiación por parte de militantes profesionales –los comunistas del partido, las familias políticas mezcladas- de la actividad política en los barrios y en las fábricas constituyó un fenómeno que fue parte de este proceso histórico. Al perder sus hábitos de auto-organización y su capacidad de articular un discurso crítico sin intermediarios, el proletariado se convirtió en­tonces en una presa fácil para la ideología de la mercancía, y así es como comienza la despose­sión. A diferencia de un periodo anterior en el curso del cual la burguesía funcionaba por exclu­sión, ahora se trata de integrar al proletariado. Asistimos en efecto al despliegue de una ideología de la inclusión. Las prácticas colectivas y las ideas sociales deben así desaparecer, ya que sólo cuenta a partir de ahora la creación del valor. [...]

Palabras recogidas y editadas por Cédric Biagini.
Ekintza Zuzena nº 39, 16 enero 2013


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