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lunes, 5 de septiembre de 2016

Siglo XXI nº 14

La paz social es un invento del Capital y el Estado para convencer a las clases populares de que las relaciones entre clases pueden ser pacíficas, cooperativas. Una falacia más entre las muchas que nos ofertan a diario con sus discursos tramposos. Los intereses de ambas son diferentes. Para el Capital, el beneficio es su máximo exponente; para aquellas personas que tienen que vender su fuerza de trabajo, la subsistencia es el objetivo prioritario. Desde el siglo XIX los socialdemócratas se han asociado a esa mentira, vendiendo un sindicalismo descafeinado y colaboracionista. Su práctica de ciento cincuenta años ha sido la que la Historia refleja en sus anales: traición tras traición y retroceso en derechos fundamentales. Desde los años setenta, la fantasía de la sociedad del bienestar ha hecho que nuestras conciencias revolucionarias se aplanaran y abandonaran toda idea transformadora, ¿para qué?, ya teníamos al Estado como elemento facilitador de dicho bienestar. En 2016 las cosas no se ven de la misma forma aunque todavía seguimos esperando que papá Estado nos resuelva la papeleta de la supervivencia. Podemos seguir esperando, pero sentados. Nada más lejos de la realidad. El buenismo popular hay que dejarlo a un lado y tomar conciencia de que todo lo que deseemos conseguir hay que pelearlo, que nadie nos va a regalar nada. Así ha sido siempre y así será a pesar de las promesas de los nuevos mesías. El anarcosindicalismo es una buena herramienta —como lo ha sido desde su concepción— de combate y organización. La Acción Directa es el arma de lucha más poderosa que existe, el Capital lo sabe, por eso reprime con ferocidad a los anarcosindicalistas que se salen de los cauces políticamente correctos establecidos en 1978 en los Pactos de la Moncloa. Si el Capitalismo no da tregua nosotras tampoco se la vamos a dar, estamos en guerra y lo sabemos, y para combatir en esta guerra tenemos las herramientas de siempre: la huelga, el boicot y el sabotaje, y sobre todo la solidaridad tanto dentro de nuestros territorios como fuera de ellos; las luchas nunca deberían quedarse aisladas o estaremos perdidos. [...]

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