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lunes, 31 de octubre de 2016

Cuadernos del Sur

Lavapiés en rojo y negro
César Peña
Noviembre 2016

Se dice que hace mucho tiempo, dos grandes próceres de Madrid, Alberto Ruíz-Gallardón y Joaquín Leguina, se conjuraron para que los barrios del centro de la capital no se convirtieran en el Bronx o el Harlem neoyorkinos; tenían puesta su atención, sobre todo, en los barrios de Malasaña, Lavapiés y Chueca. Su idea era ir desalojando a los miserables y marginados de la zona, tirar o reformar los edificios antiguos y construir apartamentos de lujo. Los elevados alquileres se encargarían del resto. Así mismo, darían paso a empresas del sector del ocio para que se instalaran en esas zonas y atrajeran al turismo. Todavía no lo han conseguido aunque nunca han cejado en su empeño quienes les han sucedido. Ojalá la voluntad popular se mantenga firme y los sueños de los dos representantes de la estupidez patria no se realicen nunca.
Hablemos de Lavapiés, que es de lo que va esta edición de Cuadernos del Sur. Las crónicas más eruditas de la capital del reino cuentan que en el siglo XVIII se le llamaba Avapiés debido a los sainetes de Don Ramón de la Cruz. En el siglo XIX adquirió el nombre que ha llegado a nuestros días. Su espacio físico dentro de la ciudad está limitado por El Rastro, la plaza de Tirso de Molina y el Museo Reina Sofía. Cuando en el pasado se hacían referencias a Lavapiés, se dejaba claro que estaba habitado por «pueblo bajo». Se dice también que advenedizos de toda laya y condición vinieron a Madrid en busca de fortuna, y lo que encontraron no debió ser muy halagüeño pues acabaron viviendo en Lavapiés. En cualquier caso, el barrio se originó, según el archivo del Ayuntamiento de Madrid, a finales del siglo XV debido a asentamientos comerciales que tenían que ver con su posición estratégica con respecto al camino real de Toledo y el camino de Atocha, no tan real pero igual de importante. También se refiere en los archivos municipales que en El Rastro estaba ubicado el antiguo matadero, y se aprovechaba el desnivel para evacuar los desperdicios de los sacrificios de animales, vía el río Manzanares.
Volviendo al nombre, se ha escrito que puede tener que ver con los barrizales que se montaban debido a la existencia de diversos arroyos que corrían por su centro, y a la presencia en la plaza de Lavapiés de una fuente de importante tamaño en la que propios y extraños se aliviaban de «lodos y polvos del camino». [...]

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