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lunes, 12 de febrero de 2018

Siglo XXI nº 31

Educar para alcanzar la utopía

En un evento libertario reciente en el que participé, relacionado con la Revolución Bolchevique y el anarquismo, sentados a mi lado había dos jóvenes de unos veinticinco años, chico y chica, que al final del debate comentaban entre sí la conferencia con un cierto conocimiento de causa, se veía que habían leído sobre el tema. En un momento dado, mostraron abiertamente su desconocimiento sobre los personajes revolucionarios Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, y también sobre los espartaquistas y la República de Weimar, que habían sido mencionados durante el debate posterior a la charla. Sin que me dieran permiso, me metí en la conversación, haciendo un breve apunte sobre todo ello, situado en el contexto del movimiento obrero internacionalista, en este caso el alemán. Después de un rato de buena tertulia, sentados cómodamente ante unos cafés, la conversación derivó hacia el mundo académico; los dos habían estudiado bachiller y después sendas carreras universitarias; según pude apreciar, poseían unos conocimientos culturales muy por encima de la media. A pesar de ello, mostraban lagunas históricas importantes por el simple hecho de que durante sus estudios apenas habían tomado contacto con la Historia Contemporánea ni sobre otros aspectos, literario artísticos, relacionados con ella.
Esta anécdota me hizo reflexionar después, fui consciente de que a pesar del hecho fehaciente de que hoy en día existen más universitarias que en otros momentos de la historia de nuestro país, el analfabetismo en lo que se refiere a cultura general socio política es rampante. Es obvio que los estudiantes, hombres y mujeres, de nuestro tiempo no son responsables de su ignorancia, pero sí las generaciones anteriores, por ejemplo, la de sus padres. Desde este punto de vista, cuando nos planteemos estrategias y tácticas emancipadoras a corto, medio y largo plazo, tenemos que tener presente la educación en el pensamiento crítico y en la culturización imprescindible para poder construir sobre seguro. La perenne obsesión de nuestros tatarabuelos cuando intentaban transformar las mentes de sus congéneres para que vislumbraran la revolución social, era culturizarles, y empezaban por montar una biblioteca. Si se la cerraba el Estado, iniciaban otra, siempre de manera incansable, porque sabían perfectamente que hay que acumular conocimiento para así cultivar nuestra capacidad de imaginación. No se pude edificar la «utopía» si antes no la hemos visualizado en nuestras conciencias libres.
Por tanto, no solo tenemos la obligación de crear bibliotecas sino también de dar charlas de los más diversos temas, que enriquezcan a los compañeros, compañeras y gente próxima en general, que se acerquen a nosotras, para que el hambre de saber, la curiosidad que los humanos llevamos dentro desde el nacimiento, se manifieste con vigor y conduzca, necesariamente, al despertar de esa otra hambre, la de justicia social.
No demos por sabido nada, no demos por supuesto nada, la práctica cotidiana nos enseña que las tareas a realizar en nuestro entorno son ingentes y variadas, todas son importantes, algunas imprescindibles, y una de ellas es la derivada de la extensión del conocimiento en todas sus manifestaciones, primero para combatir la ignorancia, y segundo para expandir la idea de que los seres humanos podemos aprender mucho de aquellas personas que nos han antecedido y han dejado su testimonio para la posteridad.

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