Hay que alegrarse por ello, pronto llegarán las navidades y se celebrará en gran parte del orbe el nacimiento del redentor. Esta fiesta hermana a los seres humanos sin que se tenga en cuenta la riqueza o la pobreza representativa de la condición económica y social de cada persona. Por una noche —la nochebuena— somos hermanos y hermanas, y la guerra de clases desaparece. Se gesta así una gran familia sin grietas ni reproches. Esto es lo que dice la Iglesia, los curas y los creyentes; también el Estado, por muy laico que se autodenomine, desea que nos creamos semejante aseveración o escenario idílico.
Si observamos con la debida precaución el asunto descubrimos que el lema citado no cuadra. Se supone que como consecuencia de la fraternidad cristiana, en un futuro lejano los desposeídos heredaríamos la tierra. Lo cierto es que parece poco probable esta predicción porque así de primeras no nacemos iguales a ningún nivel. Entonces ¿cómo vamos a heredar algo que no es nuestro? En última instancia, ¿qué tierra heredaríamos?, ¿dónde se encuentra esa tierra de promisión? El cuestionamiento que surge de inmediato está referido a los acontecimientos que tienen que producirse para llegar a ello. ¿Dios va a hacer un milagro y acabará con las clases sociales de un plumazo, del mismo modo que creó el mundo en seis días sin ir más lejos? ¿Los ricos van a renunciar a sus posesiones voluntariamente? ¿Los pobres van a convencer a los ricos con buenas palabras para que compartan sus riquezas? ¿Los pobres van a eliminar a los ricos y a socializar sus bienes? Es difícil responder a estos interrogantes. Hace mucho tiempo que no hay milagros, y que los ricos renuncien por las buenas a sus prebendas no parece probable a corto plazo. Además, los pobres ni siquiera intentan convencerles ya de ello, saben que es una batalla perdida. Entonces, ¿por qué se repite hasta la saciedad el mantra, siempre que hay ocasión, que los pobres tienen ganado el reino de los cielos de antemano o que heredarán la tierra? La respuesta más sensata es que se trata de una metáfora interesada, una especie de trampa verbal, axiomática, que se transmite de generación en generación para que la correlación de fuerzas sociales se mantenga equilibrada, y las clases desfavorecidas se consuelen con una esperanza mítica y milenaria.
Desde luego, hay que ser muy crédulo y muy ingenuo, aparte de un poco ignorante, para aceptar este tipo de creencias sin sonrojo. Con examinar por encima los hechos de la Historia nos damos cuenta que la bonanza de unos pocos significa la escasez de la mayoría. Estas frases sedantes no son más que artimañas para acallar inquietudes. Las clases existen porque un sector de la sociedad oprime a otro mediante la fuerza bruta. Claro que si me quiero conformar, puedo coger un texto bíblico, adecuado para el momento, leer un par de párrafos y, aunque mi hambre siga firme, emocionalmente me sentiré mejor; soñaré con que al final de mis días obtendré mi justo premio a tanta templanza y sumisión. No está mal la idea. Pensar en lo que nos vamos a encontrar después de la muerte es turbador y con un poco de pensamiento mágico y una mirada contrita a la efigie doliente de turno pues me quedo conforme.
Si nuestro análisis trasciende al conglomerado irracional y se centra en los argumentos científicos actuales, nos encontramos con un panorama bastante deprimente: los pobres cada vez son más pobres, la tierra cada año que pasa está más deteriorada y la clase dominada no parece que esté dando pasos para liberarse de la clase dominante; con este escenario nuestro porvenir como desposeídos parece aciago.
Además, dentro de ese pandemónium que es el pensamiento mágico muchos pobres votan o apoyan a la derecha, o a la extrema derecha, considerándoles como sus hipotéticos salvadores ―el éxito de las tres organizaciones fascistas en Andalucía es un buen ejemplo―. Llegar a la conclusión de que el Capital y sus gestores van a resolver la injusticia social y las desigualdades, es llegar lejos, es creer en el paraíso terrenal, en el más allá o en los dioses del Olimpo. Ahora bien, desde el momento en que hablamos de creencias y no de hechos científicamente comprobados todo es posible. Los pobres, ilusos y desmemoriados, ignoran la Historia y se sumergen en una ensoñación fantástica populista que les eleva socialmente, en teoría: les convierte en aspirantes a futuros privilegiados. Me temo que la caída va a ser muy dura.
Groucho Marx dijo hace tiempo una frase lapidaria interesante: «Partiendo de la pobreza hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria». Así lo constata la sociedad precaria del presente histórico que vivimos. Esto pronostica, lamentablemente, la negación radical del aserto religioso con que abríamos este texto; los pobres no va a heredar la tierra, eso resulta obvio, los pobres, si heredan algo, van a heredar la mierda.
SUPLEMENTO Arqueología a Contracorriente
II ENCUENTRO: 26, 27 Y 28 DE OCTUBRE, MADRID
Reproducimos las actas de las mesas de Arqueología y resistencias en el espacio rural; Arqueología, resistencias y memoria histórica; y Arqueología y resistencias en el espacio urbano.
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