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jueves, 18 de julio de 2019

Siglo XXI nº 48

Ola de calor

Empezamos de lleno el verano con ola de calor y todo. Hay quien habla de cambio climático y quien matiza que estamos, además, ante una emergencia climática, en el sentido de que las ciudades y los pueblos no están preparados para asumir más de cuarenta grados de temperatura durante el día y veintisiete grados por la noche. Sin ir más lejos, los colegios no tienen aire acondicionado. A pesar de estos datos que se han publicado en prensa, incluso en primera página, parece que el asunto no va con nosotras. O somos personas muy adaptativas capaces de soportar condiciones extremas, o la huida hacia adelante nos puede. En cualquier caso, sobre la mesa está el tema y necesariamente, tarde o temprano, que intervenir sobre él.
Pero hay más cuestiones que exigen nuestra atención de manera urgente: los problemas derivados de la carestía de los alquileres, la precariedad laboral y la fascistización de la sociedad. Nos preguntamos cómo vamos a poder subsistir con salarios de miseria, cómo vamos a afrontar alquileres que se aproximan en algunas capitales españolas al salario mínimo interprofesional. Difícil. Volvemos al Germinal de Balzac, trabajando para mal vivir en habitáculos infectos y con dificultades para cubrir los gastos más elementales. No resulta original decir que necesitamos recuperar unos sindicatos de clase combativos, que pongan freno a la insaciable vorágine capitalista. Solo unidas y organizadas seremos fuertes.
A todo lo anterior se suma el conservadurismo rampante de gran parte de la ciudadanía, que cada día que pasa está más envalentonado, y que defiende a las claras postulados que no solo atentan las leyes vigentes sino valores humanos fundamentales. En los tres primeros puntos que hemos citado –el clima, los alquileres y la precariedad laboral- podemos quedarnos quietas, a la espera de no se sabe bien qué milagro por venir que acabará con el desastre ecológico y una calidad de vida miserable de la mayoría de la población; ahora bien, cuando hablamos de derechos fundamentales: libertad de expresión, de manifestación, de reunión, de pensamiento o libertad sexual, sin ir más lejos, entramos en otro terreno más peliagudo, porque nos jugamos nuestra razón de ser como individuos libres; sin libertad no somos nada.
Sin embargo, nuestra memoria parece más frágil que nunca, hemos olvidado que “la libertad no se pide, se conquista”, que los derechos inalienables que hoy gozamos han sido arrancados a la clase dominante a base de sacrificio y sangre. Este olvido resulta nefasto. Nuestra indiferencia negligente alimenta el fascismo y la estupidez irracional más abyecta.
Ha llegado el momento de marcar una línea roja que no vamos a atravesar. Tenemos que recuperar el protagonismo en las luchas vigentes y las que están por llegar. La vida es lucha, la guerra de clases nunca ha desaparecido, es mentira, está ahí, día a día, destrozando vidas, mientras miramos para otro lado, rezando, quien crea en algo, de que a él o a ella no le toque.
Es hora de volver a organizarse, de tomar las calles, los barrios y en general aquellos lugares que nos pertenecen por derecho propio, porque nosotras somos quienes los sacamos adelante: colegios, universidades, empresas. Sin las desheredadas de la tierra, de momento, no hay sociedad, no funciona nada, entonces, ¿por qué soportamos esta ignominia a la que nos someten?

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