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viernes, 23 de abril de 2021

Sindicalismo revolucionario: Auge y decadencia (1890-1945)



1. Introducción

Las teorías y las prácticas sociales no tienen un carácter intemporal, responden a un determinado momento y circunstancias históricas. Tampoco el sindicalismo revolucionario ha sido nunca una foto fija, un cuerpo ideológico invariable que responde de manera automática e inflexible a las necesidades y voluntades de la clase obrera del norte o el sur de Europa o de la América austral.

Precisamente por su carácter fundamentalmente activo, por su dialéctica entre práctica y teoría, por su voluntad de participación e implicación, por su apertura y calado entre la clase obrera -en sus momentos de auge- ha sido un movimiento sindical dado a la experimentación, a la innovación, al mestizaje,... Todo lo contrario de un estricto conjunto de principios, tácticas y finalidades.

2. Ciertas definiciones contrapuestas de sindicalismo revolu­­cio­nario. La propuesta Van der Linden y Thorpe

Historiadores y teóricos sociales mantienen definiciones contrapuestas respecto del sindicalismo revolucionario. A parte de la bastante evidente contraposición entre el sindicalismo revolucionario y la socialdemocracia, en sus expresiones política y sindical, existen versiones diferentes respecto de la relación entre sindicalismo revolucionario y anarcosindicalismo, entre sindicalismo revolucionario y anarquismo. Las tensiones por definir un movimiento autónomo, también del anarquismo, las podemos encontrar en el sindicalismo revolucionario a lo largo de sus etapas de auge y de decadencia.

Edouard Dolléans glosando la figura de Émile Pouget, secretario adjunto de la CGT francesa y director de su publicación La Voix du Peuple en los primeros años del siglo XX, escribe: “...fue uno de los primeros, el primer anarcosindicalista, expresión que parece inexacta, porque el sindicalismo revolucionario es una ruptura tanto con el anarquismo como con el socialismo” 1.

Por contra, historiadores actuales opinan que sindicalismo revolucionario y anarcosindicalismo no sólo no son antagónicos sino que además suponen una síntesis de marxismo y anarquismo: “Precisamente el anarcosindicalismo, o sindicalismo revolucionario, quiso ser una síntesis entre la teoría marxista del análisis de clase o de su concepción del proceso histórico y la tradición anarquista de lucha sin intermediarios políticos.”2

Sin embargo Victor Griffuelhes, secretario general de la CGT francesa y uno de los artífices de la Carta de Amiens, parece más cercano a la primera tesis:

“los unos se esfuerzan por vincular los orígenes del movimiento obrero actual a los principios expuestos por la concepción anarquista; los otros se dedican, por el contrario, a hallarlos en la concepción socialista... En mi opinión, el movimiento obrero no se remonta a ninguna de esas dos fuentes. No se vincula directamente a ninguna de esas concepciones que quisieran disputárselo: es el resultado de una larga práctica, creada mucho más por los acontecimientos, que por tales o cuales hombres.”3

Es más, según Dolléans que conoció personalmente a los autores de la Carta de Amiens, considerada generalmente como el origen programático del sindicalismo revolucionario, la referencia a las sectas en el segundo apartado estaba destinada a los anarcosindicalistas.4

Salvador Seguí

Por contra, Salvador Seguí, secretario general de la CNT asesinado por pistoleros de la patronal en 1923, y denostado por ciertos anarquistas puristas, hace una llamada a la integración y al trabajo de los anarquistas en la CNT: “hoy no espanta, como en otros tiempos, el Anarquismo... Gracias a la influencia ejercida por los anarquistas, pudo darse el caso de que la organización sindicalista aceptase en los Congresos Regional de Catalunya y Nacional de los años 1918 y 1919 respectivamente, la declaración incluyendo que nos dirigíamos a la conquista del comunismo libertario, cosa que quizás hubiera sido rechazada el año 1914 por el alejamiento de los anarquistas de las organizaciones”.5

Para Seguí el anarquismo encuentra su razón de ser en el sindicalismo y éste se convierte en su avanzada, en el elemento que “substituirá los valores burgueses y capitalistas”. El Noi del sucre resume perfectamente esta simbiosis con la metáfora de “El genio del anarquismo y el hombre práctico del sindicalismo”, en una conferencia en la prisión de La Mola, en Mahón, a finales de 1920.6

Pero es evidente que no todos los anarquistas tenían la misma concepción de clase y que ello provocó conflictos con el sindicalismo revolucionario. Para Federico Urales, destacado propagandista anarquista y editor de la Revista Blanca, “el comunismo libertario no es un ideal de clase y por tanto no tiene que estar defendido solamente por los trabajadores, sino por cuantos individuos lo sostengan, aunque no dependan de un jornal”.7

Hasta aquí, algunos ejemplos de la dificultad de establecer una definición monolítica o unidireccional del sindicalismo revolucionario. Parece mucho más lógico, plural y acertado, tanto desde un punto de vista de análisis histórico como socio-sindical, aceptar como punto de partida la definición de Marcel van der Linden y Wayne Thorpe según la cual “los movimientos revolucionarios de acción directa... pueden etiquetarse alternativamente como industrialismo revolucionario, sindicalismo revolucionario, anarcosindicalismo, concilismo o conciliarismo...”8

También tomaré prestados del artículo de van de Linden y Thorpe las tablas que se refieren las organizaciones sindicalistas revolucionarias y sus números de afiliados, años de fundación, período de máxima influencia y desarrollo posterior, aunque mantengo algunas discrepancias sobre este último apartado.




Algunas conclusiones inmediatas del análisis de las citadas tablas son: la expansión internacional (especialmente en Europa y América) frente a las teorías de los casos singulares con que se viene adjetivando por parte de la historiografía oficial las experiencias del sindicalismo revolucionario y la coincidencia de las etapas de mayor influencia en torno a la segunda década del siglo, excepción hecha de la CNT, así como que en la mayoría de casos su decadencia está motivada por procesos de represión de los regímenes totalitarios que asolaron el mundo occidental en las primeras décadas del siglo.

3. Origen del sindicalismo revolucionario

Tras la división y fracaso de la I Internacional, los intentos por reeditar una nueva internacional nacen nuevamente escindidos cuando en 1889, en Paris, con motivo de la Exposición Internacional se reúnen dos congresos. Uno de carácter fundamentalmente político (en la rue Pétrelle) y otro esencialmente sindical (en la rue Lancry), aunque es evidente que los dos compartían ambos elementos. El congreso de la rue Pétrelle fue considerado el congreso constitutivo de la II Internacional y aunque los partidarios de primar la acción política pusieron todo su empeño en no marginar a las organizaciones sindicales, por contra ganarlas para su causa, lo cierto es que la fractura entre la socialdemocracia y el incipiente sindicalismo revolucionario fue acrecentándose.


Así, en el Congreso de Bruselas (1891) se expulsa a los anarquistas y en el de Zurich (1893) se aprueba no admitir más que a los sindicatos que reconozcan “la necesidad de la organización obrera y de la acción política”.9

El Cuarto Congreso de la II Internacional, celebrado en Londres en 1896, fue el escenario de la ruptura. A pesar de los esfuerzos de algunos delegados por no volver a escenificar una nueva repetición “de la lucha de 1872 entre Marx y Bakunin” o “de la lucha entre la autoridad y la libertad” según las expresiones del holandés Domela Nieuwenhuis10, las tesis triunfadoras en el Congreso de Zurich se vuelven a imponer y quedan fuera de la II Internacional todas las tendencias antiautoritarias, federalistas o no vinculadas a la acción política y parlamentaria.


Jules Guesde


Fernand Pelloutier

Los testimonios de dos franceses resumen perfectamente el debate y las posturas confrontadas. Para Jules Guesde: “La acción corporativa se mantiene en el terreno burgués, no es forzosamente socialista... Es al gobierno, es decir al corazón, al que hay que golpear. La acción parlamentaria es el principio socialista por excelencia. No es de la acción corporativa de la que hay que esperar la toma de posesión de los medios de producción. Es preciso ante todo tomar el gobierno...”. Por contra, Fernand Pelloutier considera que “el movimiento económico debe privar sobre el movimiento electoral” y que en el Congreso de Londres se comenzó a construir por los defensores de esta tesis “un serio movimiento sindicalista, autónomo, no parlamentario, de acción directa”.11

Los sindicalistas revolucionarios europeos y, en particular los franceses, trabajaron por la constitución de una Internacional Sindical, que tuvo su primera reunión en Paris en 1900 con delegados de organizaciones obreras francesas, italianas, inglesas y suecas. En los sucesivos años, las organizaciones sindicales más numerosas y de orientación socialdemócrata (en especial, desde la entrada de los sindicatos alemanes) acabarían imponiendo sus criterios de: reducir la Internacional a un Oficina Sindical Internacional, no realizar congresos obreros internacionales y subordinar sus estrategias a los congresos socialistas.

La desesperación de los sindicalistas revolucionarios franceses ante la imposibilidad de discutir cuestiones como el antimilitarismo, la jornada laboral de 8 horas o la huelga general les obliga a mantenerse al margen. Posteriormente, encontrarán problemas semejantes cuando traten de posicionar a todos los sindicatos contra la I Guerra Mundial.


La CGT francesa creada en 1902, según su primer secretario general, de la fusión entre el sindicalismo autónomo e independiente y del posibilismo de las Bolsas de Trabajo12, fue quien más claramente contribuyó al sustento propositivo del sindicalismo revolucionario. Primero en el Congreso de Bourges (1904), en el que al aprobar la reivindicación de la jornada de 8 horas se inspiran en el precepto de la AIT por el que la emancipación debe ser obra del proletariado y diseñan una estrategia de acción directa para conseguir el citado objetivo. Después, en el Congreso de Amiens (1906), donde el debate sobre las relaciones de los sindicatos y los partidos políticos se salda con la denominada Carta de Amiens, que apuntala la posición sobre la autonomía sindical:

1ª En lo que concierne a los individuos, el Congreso afirma la entera libertad de participar, fuera de la agrupación corporativa, en la forma de lucha que corresponda a su concepción filosófica o política, limitándose a pedirle, en reciprocidad, que no introduzca en el sindicato las opiniones que profesa fuera de él.

2ª En lo que concierne a las organizaciones, el Congreso declara que, a fin de que el sindicalismo alcance su máximo efecto, la acción económica debe ejercerse directamente contra la clase patronal, no teniendo las organizaciones confederadas, en cuanto agrupaciones sindicales, que preocuparse de los partidos o las sectas que, desde afuera y paralelamente pueden perseguir, con total libertad, la transformación social.13

4. Características generales del sindicalismo revolucionario

Émile Pouget

Al margen de las diferentes caracterizaciones que los elementos básicos y generales del sindicalismo revolucionario pudieron tener en función de determinadas circunstancias sociales, coyunturales, antropológicas, etc., se pueden establecer una serie de elementos fundamentales que conforman su razón de ser y de actuar a nivel general o internacional. Es evidente, que algunos de dichos elementos fueron utilizados también por organizaciones esencialmente socialdemócratas o reformistas (especialmente, los tácticos), de manera circunstancial, o por algunas de sus federaciones de manera más constante.

4.1. La lucha de clases y la transformación social

Los sindicalistas revolucionarios veían los intereses de clase como fundamentalmente irreconciliables, y el conflicto de clases, por tanto, como algo inevitable. En consecuencia, mientras sus asociaciones obreras tenían como objetivo las mejoras para los trabajadores a corto plazo en el sistema vigente, también adoptaron el objetivo a largo plazo de derrocar al capitalismo e instituir un sistema colectivo de propiedad productiva controlado por los trabajadores.14

En el Congreso de Amiens de la CGT francesa, se afirma: “Los sindicalistas, antiparlamentarios resueltos, están decididos a suprimir el Estado como organismo social; decididos a hacer desaparecer todo gobierno de las personas, para confiar a los sindicatos, a las federaciones, a las Bolsas de Trabajo, el gobierno de las cosas, la producción, la distribución, el cambio,...”.15

En los congresos estatales de la CNT de 1919, 1931 y 1936 se aprueban resoluciones favorables al comunismo libertario. Las colectivizaciones agrarias e industriales que se llevaron a cabo en Catalunya, Aragón, Andalucía o el País Valencià, entre julio de 1936 y mayo de 1937, respondían a estos principios aunque las circunstancias de la guerra deformaran en buena medida sus dimensiones prácticas.

4.2. El papel central de los sindicatos

Juan Peiró

El instrumento para plantear la lucha de clases y llevar a cabo la transformación social no es otro que el sindicato. Joan Peiró (secretario general de la CNT, director de Solidaridad Obrera y Catalunya, ministro de Industria en la II República, fusilado por el franquismo) asegura: “el sindicalismo es un medio para la lucha de clases... el sindicalismo será la fuerza que derribe a la sociedad capitalista y el medio por el cual se articulará el mecanismo de producción”16. Para dar mayor referente histórico a sus aseveraciones Peiró cita en este artículo, publicado en Acción Social Obrera en 1925, a varios de los más destacados sindicalistas revolucionarios franceses como Pelloutier, Griffuelhes, Lagardelle y Pouget.

“Consideraban a los sindicatos como el instrumento crucial para la lucha, tanto para los objetivos inmediatos como a largo plazo”17. Bastantes de las organizaciones sindicales revolucionarias llevaron a los sindicatos a otras esferas como la cultural, organizando paralelamente al Estado y la sociedad capitalista su propio sistema de enseñanza, sus publicaciones,... Así tanto la CGT francesa como la CNT aprueban en sus comicios y ponen en marcha escuelas sindicales, ateneos, universidades populares,...

4.3. La táctica de la acción directa

Para los sindicalistas revolucionarios el modo más eficaz de obtener resultados a corto y largo plazo era “la acción directa y colectiva de los trabajadores, movilizados principalmente contra los patrones en el frente de la lucha de clases y más generalmente contra la totalidad del sistema sociopolítico sobre el que se erigía la economía capitalista”18.

Dolléans plantea que, a pesar de la oposición en espíritu y táctica entre la Federación Americana del Trabajo y el sindicalismo revolucionario francés, éste tomó de la organización sindical norteamericana el método de la conquista directa. En especial, la propuesta que los trabajadores se diesen a sí mismos la jornada de 8 horas generalizando un movimiento que debía culminar el 1º de mayo de 1886, mediante la suspensión del trabajo para los patronos que no aceptasen la reducción de jornada. Este modelo de actuación fue imitado por la CGT francesa en su Congreso de Bourges (1904), marcándose el 1º de mayo del 1906 como fecha límite y día en que los trabajadores y trabajadoras abandonarían las fábricas al acabar su octava hora de trabajo. El resultado final no fue la conquista de la jornada de ocho horas en la fecha programada, pero sí 2 años de agitación y lucha por la reducción de la jornada que acabó afectando directamente al sector de la minería y de manera parcial a otros.

Victor Griffuelhes

Pero, la acción directa era una táctica a utilizar cotidianamente, que permitía mejoras inmediatas y preparaba a la clase trabajadora para las grandes conquistas. En una conferencia en 1904, Griffuelhes define así la acción directa: “... quiere decir acción de los obreros mismos, es decir acción directamente ejercida por los interesados... Por la acción directa el obrero crea el mismo su lucha, es él el que la conduce, decidido a no dejar a otros sino a él mismo la tarea de emanciparle. La lucha debe ser de todos los días... Hay,..., una práctica cotidiana que va creciendo hasta el momento en que, llegada a un cierto grado de poder superior, se transformará en una conflagración que nosotros llamamos huelga general y que será la revolución social”19.

Veinte años después Peiró profundiza aún más en la definición de acción directa, para darle un contenido aún más decididamente político. En un artículo en Solidaridad Obrera titulado “Nuestra acción política es la acción directa” señala: “La acción directa utilizada sólo para resolver los litigios entre el capital y el trabajo de tú a tú patronos y obreros ... y para disputarles a los gobernantes alguna presa, es una pobre acción directa,... es acción directa toda acción popular que, echando de lado a los políticos profesionales y al sistema parlamentario,..., se oponga a todos los vicios, corrupciones e injusticias... y destruya todos los obstáculos puestos por el Estado a las iniciativas liberadoras del pueblo. Y repitamos una vez más que esta acción, concebida en los medios proletarios, no ha de ser sólo practicada por y para el proletariado, sino también por el pueblo y para el pueblo”.20

En esta concepción de la acción directa debemos enmarcar páginas tan ilustres como la transformación de un conflicto contractual en La Canadiense en una huelga general organizada por la CNT catalana de más de 40 días para, al mismo tiempo que se rompía cualquier pretensión patronal de doble escala salarial, conseguir la jornada laboral de 8 horas en todos los sectores.21

En resumen, estos cuatro elementos definirían sustancialmente el sindicalismo revolucionario: “la clase obrera constituía la fuerza para el cambio; el ámbito económico, su campo de batalla natural; la acción directa, su arma natural, y las asociaciones obreras autogestionadas, los agentes naturales para unir, ordenar y aplicar el poder colectivo y transformador de los obreros”22

5. Algunos aspectos divergentes en el sindicalismo internacional

5.1. La estructuración de las organizaciones

La estructuración interna de las organizaciones del sindicalismo revolucionario fue diversa: las rusas y alemanas fueron profundamente anticentralistas mientras la Industrial Workers of de World estadounidense era esencialmente centralista y conectaba directamente a los sindicatos industriales.

Con las reservas de la dimensión de este estudio y del hecho constatado de que en muchas organizaciones convivieron posiciones enfrentadas en cuanto a la estructuración organizativa, se puede afirmar que las organizaciones europeas tuvieron una estructuración de tipo federal; en primer lugar, sobre la base territorial y, posteriormente y además, sobre la base de los diferentes sectores.

Quien primero, prueba este doble modelo de estructuración organizativa (territorial y sectorial) es la CGT francesa. Tras un período de fusiones de sindicatos de oficios en federaciones de industria, en el Congreso de Le Havre, de 1912, se establecerá la obligación a las diferentes asociaciones (residuos de modelos organizativos del siglo pasado) a incorporarse paralelamente a una unión departamental (territorio) y a una federación de industria (sector). Al año siguiente, el Primer Congreso Internacional Sindicalista Revolucionario, celebrado en Londres, adoptó el sindicalismo industrial como forma de dar una mejor respuesta a las agrupaciones patronales y a la complejidad de la organización industrial derivada de la llamada Segunda Revolución Industrial.

No obstante, la OBU canadiense mayoritariamente consideró el sindicalismo industrial como un elemento ajeno al sindicalismo revolucionario e inferior a su estructuración por oficios y territorios. Y la CNT, tardó varios años en aceptar los sindicatos únicos como marco organizativo de los anteriores sindicatos de oficios: en 1918, en Catalunya (Congreso de Sants) y en 1919, a nivel estatal (Congreso de La Comedia). Pero, aún se dilataría mucho más la aprobación de las federaciones de industria que no llegó hasta el Congreso Extraordinario de 1931 en Madrid (por 302.343 votos a favor, 90.671 en contra y 10.957 abstenciones).

El dictamen elaborado por Peiró según el cual las federaciones nacionales de industria servirían para “concentrar las iniciativas y la acción del proletariado... sobre un plano nacional de oposición al capitalismo” y para preparar “la estructuración del aparato económico del mañana” fue contestado por García Oliver porque “llevan en si la disgregación, matan la masa que nosotros tenemos siempre dispuesta para poder echarla contra el Estado”.23

A pesar de la claridad de la votación en el Congreso, el proceso de constitución y expansión de las federaciones de industria de la CNT fue lento aunque no estuvo motivado por el mantenimiento de la polémica.

5.2.- Apoliticismo y/o rechazo de la política

Van der Linden y Thorpe consideran que los fines últimos del sindicalismo revolucionario eran indudablemente políticos, en definitiva se trataba de suprimir el sistema político y económico capitalista y el Estado para establecer una nueva sociedad colectivista o comunista donde el poder de decisión y de administración quedase en manos de las clases populares.

De lo cual, podemos deducir que no existía un rechazo de lo político en cuanto a los fines. En cuanto a los medios políticos para conseguir esos fines, parece evidente que la preponderancia que los sindicalistas revolucionarios dan a los sindicatos, a la lucha económica y la preeminencia de la acción directa los situaban fuera de o frente a los medios políticos utilizados tanto por la burguesía como por la socialdemocracia.

Léon Jouhaux

Léon Jouhaux, secretario general de la CGT desde julio de 1909, resume en dos frases las posiciones del primer sindicalismo revolucionario. Ante los delegados socialdemócratas en un congreso internacional en París, dice: “Quizá para ustedes la organización política es un gran barco y la organización económica una barquita remolcada por éste. Para nosotros, el gran barco es la organización sindical: es necesario subordinar la acción política a la acción sindical”24. En el Congreso de Le Havre de la CGT, para defender su autonomía frente al Partido Socialista francés, proclama: “..Si el crecimiento, la extensión de la CGT no fuesen de tal naturaleza como para acrecentar, para fortificar al Partido Socialista, no cabe duda que ... no trataría de abrazarnos...somos amados, demasiado amados, según mi opinión, pero no... con suficiente desinterés. Y he aquí lo que me espanta, y he aquí lo que me inquieta; y he aquí por qué soy de aquellos que piensan que es preciso permanecer en la posición que es la nuestra desde hace muchos años...25

Jouhaux se refería a la Carta de Amiens, inspiradora de la autonomía sindical común a todas las organizaciones sindicalistas revolucionarias. De hecho, esta voluntad de tener una estrategia sindical y política propia, de no dejarse envolver en las redes de la II Internacional, primero, ni en las de la III Internacional, después (a pesar del respaldo inicial a la revolución rusa) es la que llevará a las organizaciones sindicalistas revolucionarias a buscar fórmulas que combinaran la posibilidad de afiliación de aquellos trabajadores y trabajadoras integrados en otras organizaciones de dimensión más acusadamente política (o por expresarlo mejor, que primaran la política), con la autonomía plena de los sindicatos.

En el Pleno de Zaragoza (1922), Peiró, Pestaña, Seguí y Viadiu elaboran el Dictamen sobre la posición de la CNT ante la política nacional, en el que se propone: “Que la CNT declare que siendo un organismo netamente político, que rechaza franca y expresamente la acción parlamentaria y de colaboración con los partidos políticos, es al mismo tiempo integral y absolutamente política, porque su misión es conquistar sus derechos de revisión y fiscalización de todos los valores de evolución de la vida nacional y por eso su deber es ejercer la acción determinante mediante manifestaciones de fuerza y de dispositivos de la CNT”.26

No obstante en circunstancias conflictivas, destacados y destacadas sindicalistas revolucionarios participaron en gobiernos populares e, incluso, interclasistas. Así, Peiró junto a Federica Montseny, García Oliver y Juan López fueron ministros del gobierno republicano de Largo Caballero, desde noviembre de 1936 a mayo de 1937, dos meses antes otros 3 cenetistas se habían integrado en el nuevo gobierno de la Generalitat de Catalunya y Léon Jouhaux formó parte del Comité de Socorro Nacional, al entrar Francia en la I Guerra Mundial.

En situaciones menos dramáticas, se produjeron alianzas entre sindicalistas revolucionarios y partidos políticos que rechazaban el parlamentarismo o miembros de partidos socialistas antiparlamentarios (Canadá, Alemania) y en las primeras décadas del siglo tampoco fue extraño que afiliados a organizaciones sindicalistas revolucionarias fueran diputados parlamentarios o tuvieran responsabilidades en ayuntamientos (Francia).


Rosendo Salazar, Rafael Quintero y otros líderes de la Casa del Obrero mundial, organizadores de la primera celebración del 1 de mayo de 1913. Fotografía de Agustín Víctor Casasola. 1 de mayo de 1913. SECRETARÍA DE CULTURA/SINAFO/INAH/MEX.

6. Causas del auge del sindicalismo revolucionario

Como se puede observar las tablas elaboradas por Van der Linden y Thorpe, y al margen de la fiabilidad de algunas cifras debido a los propios registros de las organizaciones, nos sitúan ante un panorama del sindicalismo revolucionario en el que su “vida significativa” transcurre entre 1900 y 1940, su etapa de máximo esplendor (excepción hecha de Suecia y España) se sitúa entre 1910 y 1920, aunque las etapas más destacadas de dos de las organizaciones más significativas se sitúan en períodos diferentes: la CGT francesa en la primera década del siglo y la CNT en los años treinta.

Son también dignas de mención la relevancia númerica y el peso en sus respectivas historias estatales que consiguieron la Casa del Obrero Mundial de México y la FORA argentina y la importancia, no tanto numérica, sino en términos de influencia de la IWW norteamericana y de la USI y la UIL italianas.

En las tablas no aparecen contabilizados los y las sindicalistas revolucionarias que se incorporaron como corrientes a los sindicatos ya existentes, como en Inglaterra o Noruega.27

6.1. Coincidencia con la Segunda Revolución Industrial

Los mismos autores opinan que hay un hecho histórico fundamental: el sindicalismo revolucionario surge y se desarrolla de manera significativa durante el período dominado por la Segunda Revolución Industrial.

La aplicación de nuevas fuentes de energía (electricidad y petróleo) y de nuevos medios de transporte (motor de explosión en automóviles y aviones) pero especialmente las innovaciones tecnológicas, la fabricación en serie, la automatización e intensificación de la producción, el taylorismo como sistema de producción, los nuevos sectores industriales y la crisis de los anteriores influyeron de manera decisiva en las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, en una etapa histórica compleja y difusa que se suele iniciar en 1890 y cuya duración depende de las diferentes coyunturas estatales.

La gestación y auge del sindicalismo revolucionario en coincidencia con el desarrollo de la Segunda Revolución Industrial tiene para Van der Linden y Thorpe cinco factores interdependientes: “la transformación de los procesos y las relaciones laborales; la insatisfacción de los trabajadores respecto de la estrategia laboral dominante; la posibilidad práctica de huelgas generales; las influencias espaciales o geográficas y el desarrollo de una actitud radical en la clase trabajadora”.28

6.2. Aplicación de la acción directa

Durante las dos o tres décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, se fue gestando una explosión obrera potencial que tuvo como factores el estancamiento o disminución relativa de los salarios frente a una cada vez más acentuada acumulación de beneficios del capital y el descontento tanto entre los trabajadores eventuales como en los fijos ante los cambios tecnológicos y de producción. A lo que contribuyó, sin duda, el creciente proceso de urbanización segregada de la clase trabajadora creando las condiciones idóneas para auspiciar la solidaridad y fomentar la conciencia de clase.

La evidencia más clara es el considerable aumento de la frecuencia de las huelgas, del número de huelguistas y de los días de trabajo perdido en la etapa 1910-20. Dichas huelgas conllevaban según Ernesto Screpanti, en su estudio sobre los “Largos ciclos de actividad huelguística”, “un debilitamiento de la atracción política que las instituciones tradicionales tienen para el comportamiento de los obreros. En el aspecto social, el rechazo de los obreros a aceptar cualquier mediación o filtración institucional en sus propios intereses y metas lleva a la aparición de los militantes de base como protagonistas políticos, de tal modo que los grupos establecidos de líderes de sindicatos y partidos son superados por los propios trabajadores y sus organizaciones de masas a la hora de tomar decisiones”29. Situación que favorecía la estrategia y el desarrollo del sindicalismo revolucionario, a partir de la acción directa.

A la aplicación de la acción directa contribuyó también la propia estructuración de la clase obrera, compuesta fundamentalmente por dos categorías de trabajadores/as. Por una lado, estaban los trabajadores y trabajadoras sometidos a contratos laborales discontinuos con alternancia de períodos de trabajo y de paro, cambios de patrón y de sector e incluso cambios temporales de residencia. A este grupo pertenecían los obreros y obreras del campo (jornaleros/as sin tierra del sur de Europa), de la construcción (que con el proceso de urbanización, son contratados para cada nueva obra), de los puertos o del gas. Y era bastante común, especialmente en el centro y norte de Europa, que un mismo trabajador o trabajadora desempeñará dos o más de estos oficios a lo largo de un año y según las épocas de mayor demanda.

Este tipo de trabajadores no se podía permitir el lujo de esperar a mejores circunstancias (planes de resistencia a largo plazo, fondos de huelgas, arbitrios o mediaciones) para conseguir sus reivindicaciones, debían actuar con rapidez y contundencia antes de la finalización de su contrato eventual. “La atracción del programa de acción directa del sindicalismo revolucionario para tales trabajadores eventuales o temporeros resulta obvia”.30

La segunda categoría estaba formada por aquellos trabajadores fijos cuyas condiciones laborales y salariales estaban siendo sustancialmente reformadas por la aplicación de los cambios tecnológicos y de producción de la revolución industrial. Trabajadores y trabajadoras que hasta entonces habían disfrutado de una cierta cualificación se veían rebajados y, en muchos casos igualados a la baja, con los trabajadores y trabajadoras eventuales o con los integrantes de la nueva mano de obra inmigrante de las zonas rurales. La mecanización y los nuevos procesos eliminaban, en muchos casos, la necesaria destreza o la experiencia. Según Paul H. Douglas, “el propio proceso de mecanización que hizo el trabajo más especializado hizo al trabajador menos especializado”.31

Junto a una cierta descualificación se introducen en las empresas mecanismos de supervisión directa de los empresarios, con lo que la ratio entre trabajadores y capataces o encargados fue descendiendo para los primeros (en los Estados Unidos se pasa de una ratio 16:1, en 1900; a 10:1 en 1920. La supervisión directa lo que persigue es el control, la docilidad y la mayor productividad de los trabajadores y trabajadoras mediante los trabajos a destajo, las bonificaciones, la promoción interna,... Esta situación llevó a los obreros/as cualificados/as (hasta entonces) a buscar fórmulas de resistencia conjuntas que los acercaron a las posiciones del sindicalismo revolucionario.

Además, esta situación de movilidad (funcional y geográfica) facilitó una visión unitaria de los intereses de la clase trabajadora32 y contribuyó a la superación de la organización por oficios y una visión más confederal de las organizaciones sindicales, en especial del sindicalismo revolucionario.

También la nueva posición del proletariado industrial hace de la vieja idea de la suspensión colectiva del trabajo por parte de los obreros, una posibilidad práctica. La economía era lo suficientemente dependiente del trabajo asalariado y la clase obrera tenía un grado de organización y solidaridad suficiente como para abordar la huelga general. Con éxito variable y renovados bríos tras la experiencia rusa de 1905, la huelga general se ensayará en Bélgica, Suecia, Holanda, Italia y España.


Huelguistas marchando en Lowell, Massachussets, 1912 (aprox) con William Dudley (Big Bill) Haywood (IWW)

6.3. Oposición a la estrategia laboral reformista


Tras una primera etapa de la Segunda Revolución Industrial (que tendrá fechas diferentes en función de su desarrollo en cada espacio geográfico), en la que a los patronos les interesa la desregulación para llevar a cabo el profundo cambio en las relaciones laborales y la aplicación de nuevos métodos y modos de producción, existió una segunda etapa en la que se va fraguando una reglamentación o institucionalización de las relaciones laborales. Se introducen formas de negociación colectiva y de arbitraje y mediación y, fundamentalmente, las organizaciones sindicales corporativas y socialdemócratas aceptan el papel de “disciplinar” a los trabajadores/as.

En cualquier caso, diferentes circunstancias (acumulación de capital, concentración empresarial, aislamiento o ineficacia de los partidos socialdemócratas,...) hacen que lo que los sindicatos libres o socialdemócratas puedan ofrecer, durante estos años, sea tan poco considerable como para crear amplias capas de afiliados y afiliadas descontentos, críticos con la moderación y la burocratización de sus organizaciones sindicales.

Aunque no es directamente trasladable el descontento a la creación o ampliación de las organizaciones del sindicalismo revolucionario, a pesar de los llamamientos de la CGT francesa a revolucionar las organizaciones reformistas, sí se puede concluir que contribuyó y que en determinadas circunstancias obligó a las direcciones de otros sindicatos a “adoptar principios sindicalistas revolucionarios”33

6.4. Creación de una contracultura popular

En otro apartado he señalado la preocupación del sindicalismo revolucionario por establecer sus propios organismos de enseñanza y cultura (ateneos, escuelas sindicales, universidades populares). Esta actuación tenía un doble objetivo, o un doble punto de mira. Como la propia funcionalidad del sindicato, se dirigía en primera instancia a lo inmediato, a dar instrucción, a preparar a sus afiliados/as; para, en segunda instancia y con un objetivo más elevado, procurar la suficiente capacidad para asumir una revolución total, también en lo personal.

La preocupación de Pelloutier o de Pouget por la cultura y la capacidad intelectual de los trabajadores y de los afiliados que se traslada a las resoluciones y actuaciones de la CGT francesa, tendrá una especial importancia en el Estado español. En su conferencia en el castillo-prisión de La Mola, Seguí plantea: “tenemos un problema importantísimo que el proletariado debe resolver. El de la cultura. ¿Qué harán los trabajadores al día siguiente de la revolución en referencia a este problema?. ¿Qué harán de los ateneos, de las bibliotecas, de las escuelas, de los institutos profesionales...?. Hemos de crear nuestras Universidades y nuestros Ateneos...Si no tuviésemos tiempo...utilizaríamos las cosas utilizables de la burguesía y, mientras tanto, realizaríamos definitivamente nuestra tarea”.34


Juan Puig i Elias visitando una escuela del CENU

La tarea ingente que desarrollaron en la cultura y la enseñanza las organizaciones sindicalistas revolucionarias más numerosas permitieron, a parte de la alfabetización y culturización de centenares de miles de trabajadores y trabajadoras, asumir tareas como la estructuración del sistema público en Catalunya durante la II República (Puig i Elias y el Comité de la Escuela Nueva Unificada).

Pero también crear una contracultura. Una contracultura que daba al obrero un sentimiento de seguridad, de capacidad, de autorrespeto, que le afirmaba frente a la clase dominante. “La cultura burguesa, que se extiende a todos los aspectos de la experiencia humana, tiene que ser contestada igualmente por un desafío revolucionario total”35.

7. Declive del sindicalismo revolucionario

A pesar de su importante peso específico, influencia social y política e importancia histórica, aún en los momentos de auge el sindicalismo revolucionario es minoritario respecto del conjunto de las organizaciones sindicales, con las excepciones de la CGT, la Casa del Obrero Mundial y la CNT en sus respectivos territorios y en determinadas épocas (generalmente, prerrevolucionarias).

Si esto sucedía en los períodos más reivindicativos o radicales, en los que como hemos visto el sindicalismo revolucionario tenía mayor predicamento, en las etapas históricas de relativa estabilidad su peso cuantitativo fue aún menor.

7.1. Represión

Una de las causas fundamentales del declinar del sindicalismo revolucionario es la represión, fundamentalmente estatal, que se ejerce sobre sus organizaciones. La oposición del sindicalismo revolucionario a la guerra, a los fascismos y a las fórmulas laborales de control o atenuación del conflicto de clases hizo de éste un invitado incómodo y objetivo prioritario de la represión.

La transformación de la CGT francesa en un sindicato cada vez más reformista, aunque hay historiadores (Dolléans, Julliard) que consideran que se estaba larvando desde algunos años antes, tiene que ver con las diferentes posturas ante la Gran Guerra. En Italia, Portugal, Alemania, Holanda y España son los diferentes regímenes fascistas los que descabezan y reprimen hasta la práctica desaparición a las organizaciones sindicalistas revolucionarias.

Un totalitarismo de otro matiz ideológico reprimió a los sindicalistas revolucionarios rusos. La contrarrevolución mejicana se ensañó con la Casa del Obrero Mundial y estructuras policiales especiales y la mafia dieron el golpe de gracia a la IWW en Estados Unidos.

7.2. Inadecuación a la evolución del Estado y el capital

Pero, es importante situar también las dificultades del sindicalismo revolucionario para adaptarse a la evolución del sistema capitalista, especialmente en los estados más desarrollados.

La capacidad de integración, de la clase trabajadora, de las relaciones capitalistas más avanzadas de producción y de consumo (sistema fordista) es muy superior a la que se producía en las primeras décadas del siglo. El acceso a un consumo masivo de los trabajadores y trabajadoras es un freno para las reivindicaciones, porque permite extenderse al capital y al mismo tiempo mejorar el nivel de vida de los productores/as y reproductores/as de mano de obra.

Este proceso de Estado del bienestar, más o menos incipiente, y la integración de los trabajadores/as a largo plazo son además avalados por los partidos socialdemócratas y sus organizaciones sindicales, lo que presionó aún más a las organizaciones sindicalistas revolucionarias que tuvieron la suerte de no sufrir duras represiones. Fue el caso de la SAC sueca y los subsidios de desempleo.36

7.3. La mística de las revoluciones

Otro elemento que considero clave en el declive del sindicalismo revolucionario es la falta de un referente internacional cercano y positivo, después de 1939. Con la victoria militar de Franco se acaba la última oportunidad (aunque hay que matizar que lo que se produjo en España fue un levantamiento militar que “ocasionó, allí donde fracasó , el inicio de la transformación de los valores dominantes, de las estructuras sociales, así como una quiebra fundamental de los mecanismos de control del Estado y de sus instituciones”37) de oponer a la Revolución rusa otra experiencia revolucionaria que marcase las diferencias, donde “el igualitarismo económico se tenía que armonizar con la libertad individual de expresión”38

La sensación de derrota, pero fundamentalmente el vacío que se produce en el movimiento sindical revolucionario, en el anarcosindicalismo y en el anarquismo en el 39 ha sido uno de los factores fundamentales de su declive posterior.

7.4. Sobre las 3 opciones de Van der Linden y Thorpe

Van der Linden y Thorpe dan tres salidas al sindicalismo revolucionario, en la nueva situación de Estado del bienestar e integración a largo plazo de los trabajadores. Según ellos, las organizaciones sindicalistas revolucionarias o bien se marginan al mantener sus principios, o bien se integran por adaptación y cambio de rumbo en lo fundamental o se disgregan o fusionan en una organización sindical no revolucionaria, con lo cual también se integran.

La trampa de esta posición está en situar cualquier proceso de adaptación como renuncia. El error teórico, desde mi punto de vista es el de establecer una foto fija como paradigma del sindicalismo revolucionario e incluso de la evolución de la sociedad capitalista (cómo se situaría la actual fase de neoliberalismo).

Veamos, si el sindicalismo revolucionario es algo más que una respuesta radical a una determinada situación del proletariado -aunque también eso, como creo que ellos mismos demuestran y queda reflejado también en este trabajo- es evidente que su situación actual es relativamente significativa, aunque en fase de recuperación.

Si el sindicalismo revolucionario responde únicamente a una etapa histórica es también evidente que su tiempo ha pasado. Pero esto se convertiría en una discusión académica y poco o nada aportaría al debate social y político actual, a la posibilidad o no de crear una alternativa sindical revolucionaria.

“Esto quiere decir que los documentos clásicos de una doctrina social no pueden ser más que una tentativa de formular y resumir “la verdad”, y que estos documentos se basan menos en descubrimientos válidos cuanto más viejos son... El marxismo como religión social, con sus dogmas, su infalibilidad, su inquisición, es un fenómeno que nos asusta. Si tratamos de imitarlo como anarcosindicalistas, sería fatal para nosotros mismos y nuestros ideales libertarios. La investigación libre es la condición primordial de toda actividad libertaria”.39

Emilio CORTAVITARTE CARRAL
Escuela de militantes de la CGT
Málaga, 7 de julio de 1999


· 1.Edouard DOLLÉANS, Historia del movimiento obrero (1871-1920), Ediciones ZERO, Madrid, 1973, página 110.

· 2.Javier PANIAGUA, Una gran pregunta y varias respuestas. El anarquismo español: desde la política a la historiografía, Historia Social nª 12, invierno 1992, p. 50.

· 3.Victor GRIFFUELHES, Voyage d’un révolutionnnaire, folleto, Rivière. 1908

· 4.Edouard DOLLÉANS, op. cit., p. 125.

· 5.Isidre MOLAS, Salvador Seguí, escrits, Edicions 62, Barcelona, 1975, p. 75.

· 6.Ibid., pp. 74, 78 y 79.

· 7.Javier PANIAGUA, op. cit., p. 47.

· 8.Marcel VAN DER LINDEN y Wayne THORPE, Auge y decadencia del sindicalismo revolucionario, Historia Social nª 12, invierno 1992, p. 3.

· 9.Edouard DOLLÉANS, op. cit., p. 94.

· 10.Ibid., p. 95.

· 11.Ibid., pp.95 y 96.

· 12.Ibid., p 116.

· 13.Ibid., p 125.

· 14.VAN DER LINDEN y THORPE, op. cit., p. 4.

· 15.Edouard DOLLÉANS, op. cit., p. 128.

· 16.Pere GABRIEL, Joan Peiró, escrits (1917-1939), Edicions 62, Barcelona, 1975, p. 92.

· 17.VAN DER LINDEN y THORPE, op. cit., p. 4.

· 18.Ibid., p. 4.

· 19.Edouard DOLLÉANS, op. cit., p. 118.

· 20.Pere GABRIEL, op. cit., p. 73.

· 21.Manuel CRUELLS, Salvador Seguí, el Noi del sucre, Ariel, Esplugues de Llobregat, 1974, pp. 114-126

· 22.VAN DER LINDEN y THORPE, op. cit., p. 4.

· 23.Julián CASANOVA, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939), Crítica, Barcelona, 1997, pp. 24 y 25.

· 24.VAN DER LINDEN y THORPE, op. cit., pp. 5 y 6.

· 25.Edouard DOLLÉANS, op. cit., p. 183.

· 26.Isidre MOLAS, op. cit., pp. 82 y 83.

· 27.VAN DER LINDEN y THORPE, op. cit., pp. 6-10.

· 28.Ibid., p. 11.

· 29.Ibid., p. 12.

· 30.Ibid., p. 15.

· 31.Ibid., p. 17.

· 32.Ibid., pp. 18 y 19

· 33.Ibid., pp. 20-22

· 34.Isidre MOLAS, op. cit., p. 77.

· 35. Margaret TORRES RYAN, La relevancia del anarquismo en la sociedad contemporánea, Memoria de las I Jornadas de Debate Libertario, FSS y CGT, Madrid, 1989, p. 19.

· 36.Evert ARVIDSSON, El anarcosindicalismo en la sociedad del bienestar, Ediciones CNT, México D.F., 1961, pp. 23-30.

· 37.Julián CASANOVA, Las colectivizaciones, colección La Guerra Civil Española nº 16, Folio, Barcelona, 1996.

· 38.Margaret TORRES RYAN, Op. Cit., p. 19.

· 39.Evert ARVIDSSON, Op. Cit., p. 14.