Hoy en día, ochenta años después, al rememorar los hechos de aquellos hombres y mujeres, anarcosindicalistas, anarquistas, o de otras convicciones políticas, que se lanzaron a la calle armados fundamentalmente con sus ideas, sentimos una profunda tristeza ―por ellos sentimos admiración―. Sentimos tristeza por nosotros, pobres timoratos, acomodados a nuestras paupérrimas posesiones, enfrascados en eternos debates y disensos sobre si organizarnos o no, sobre si vamos juntas a una acción o nos auto excluimos, sobre los que nos separa, sin centrarnos en lo que nos une. Nos estamos refiriendo a los libertarios, claro. Durruti disentía pero nunca perdía de vista el horizonte que le animaba a seguir adelante, ni abandonaba a los que compartían su visión del nuevo mundo. En su generación había diferencias de concepto, estratégicas, tácticas, burocracias inadmisibles, pero al final, los luchadores y luchadoras se mantenían en sus puestos de combate, dispuestas a llegar hasta el final.
¿Dónde nos situamos hoy las personas que profesamos el credo ácrata? Perdidas en nuestros pequeños reinos de taifas, en grupos aislados, rodeadas de fieles, alejadas de aquellas que no comparten nuestros postulados. Lamentándonos de lo mal que va todo, pero alimentados en nuestro fuero interno con una soberbia reaccionaria que nos impide avanzar en estrategias colectivas ambiciosas.
Aquella generación de hace ochenta años lo dio todo, lo llevaban dando desde hacía tiempo, lo tenían claro, su vida era la revolución, y esa revolución había que pelearla en el día a día, no se podía llevar a cabo desde el aislamiento sino desde la convergencia de esfuerzos y la grandeza derivada de la humildad del revolucionario honesto.
Nos gusta rememorar a Durruti, a Ascaso, a Jover y a tantas otras personas que estaban imbuidas de ese espíritu transformador que hemos citado. Son un recordatorio permanente de las tareas que no estamos haciendo o estamos haciendo mal. Nunca es tarde porque la historia no tendrá fin mientras haya memoria, pero cada día es una batalla que hay que ganar a la soledad, a la sumisión y al embrutecimiento de la sociedad capitalista. Si lo hacemos de manera colectiva esa batalla será más llevadera.
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