También, como ejercicio saludable, podemos dar un repaso a la historia y a dos grandes acontecimientos relacionados con la lucha de clases, que se rememoran en la actualidad: la revolución española de 1936 auspiciada por anarquistas y anarcosindicalistas hace ochenta y un años; y el otro, la Revolución Bolchevique de 1917, de la que se cumplen cien años. Hoy, en 2017, el fascismo empuja fuerte no solo con reformas económicas que llevan al mundo a su autodestrucción, y a la mayoría de la población a la precariedad cuando no a la indigencia y a la desesperación. El fascismo ya no necesita careta para ocultar su auténtica faz, y con el apoyo de los partidos prosistema, desata una escalada represiva que se inició con la Ley Mordaza y sigue con la represión en el territorio de Catalunya; este acotamiento de libertades fundamentales aumentará, centrándose en aquellas personas que se atrevan a contestar la política del poder del Capital.
Para esta etapa, más bien túnel, en la que nos encontramos atrapados, tenemos que agruparnos en las organizaciones anarquistas y anarcosindicalistas, creadas y por crear, y prepararnos para lo que está por venir. El Movimiento Libertario Ibérico (MLI) es más necesario que nunca. Los retos del presente pasan por nuestra firme decisión de no dar ni un paso atrás. Los partidos de izquierda ya no son una solución para los problemas que nos aquejan —nunca lo han sido—, sino un obstáculo en nuestro camino hacia la emancipación. La apatía, la desidia, la desesperanza, no pueden ser nuestra bandera; el anarquismo no solo tiene una forma diferente de interpretar la vida, sino la convicción y el arrojo suficientes como para convertir el día a día en una barricada que detenga el avance del fascismo y que suponga la antesala de su acorralamiento y extinción. Nuestra supervivencia y la de nuestras familias, está sobre la mesa.
Organicémonos para ser más fuertes, para convertir el Colapso de este modelo social decadente, en una auténtica posibilidad de sentar las bases para una forma distinta de estar en el mundo. Hablamos de continuo de la pasividad de la población, pero ¿qué podemos decir de la nuestra, siempre arrastrados por los acontecimientos? No estamos ni en 1917 ni en 1936, vivimos en 2017 y nuestras convicciones sociopolíticas son peores porque entonces estábamos armados de sueños y de una tradición revolucionaria que nos empujaba hacia adelante; y ahora nos domina el sentimiento deprimente del cordero en el redil a punto de ser sacrificado.
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