Advertid que dejo aquí absolutamente a un lado esta cuestión: ¿Por qué vías y como ha caído la propiedad y el capital en manos de sus detentadores actuales? Cuestión que, cuando es considerada desde el punto de vista de la historia, de la lógica y de la justicia, no puede ser resuelta de otro modo que contra los detentadores. Me limito a constatar simplemente que los propietarios y los capitalistas en tanto que viven, no de su trabajo productivo, sino de la renta de sus tierras, del alquiler de sus construcciones, y de los intereses de sus capitales, o bien de la especulación sobre sus tierras y sus construcciones y sobre sus capitales, o bien de la explotación comercial o industrial del trabajo manual del proletariado —especulación y explotación que constituyen sin duda una especie de trabajo, pero un trabajo perfectamente improductivo (según eso también los ladrones y los reyes trabajan)— que todas esas gentes, digo, viven en detrimento del proletariado.
Sé muy bien que esa manera de vivir es infinitamente honrada en todos los países civilizados; que es expresa y tiernamente protegida por todos los Estados, y que los Estados, las religiones, todas las leyes jurídicas, criminales y civiles, todos los gobiernos políticos, monárquicos y republicanos, con sus inmensas administraciones policiales, judiciales, y con sus ejércitos permanentes, no tienen propiamente otra misión que la de consagrarla y protegerla. En presencia de autoridades tan poderosas y tan respetables, no me permito, pues, preguntar siquiera si esa manera de vivir, desde el punto de vista de la justicia humana, de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad humana es legítima. Me pregunto simplemente: En esas condiciones la fraternidad y la igualdad entre los explotadores y explotados, y la justicia, así como la libertad para los explotados, ¿son posibles?
Supongamos también, como lo pretenden los señores economistas burgueses, y con ellos todos los abogados, todos los adoradores y creyentes del derecho jurídico, todos esos sacerdotes del derecho criminal y civil, supongamos que esa relación económica de los explotadores frente a los explotados, y la justicia, así como la libertad para ellos es consecuencia fatal, el producto de una ley social eterna e indestructible: permanece una verdad que la explotación excluye la fraternidad y la igualdad.
Excluye la igualdad económica; eso se entiende por sí mismo. Supongamos que soy su trabajador y usted mi patrón. Si le ofrezco mi trabajo al más bajo precio posible, si consiento en hacerle vivir con el producto de mi trabajo, no es por abnegación, ni por amor fraternal hacia usted —ningún economista burgués se atreverá a afirmarlo, por idílicos e ingenuos que sean los razonamientos de estos señores cuando se ponen a hablar de las relaciones y de los sentimientos recíprocos que deberían existir entre los patrones y los obreros—, no, lo hago porque si no lo hiciese yo y mi familia moriríamos de hambre. Por tanto, estoy obligado a venderle mi trabajo al más bajo precio posible, estoy obligado a ello por el hambre. [...]
Mijail Bakunin