Nos rebelamos porque somos conscientes de nuestro derecho inalienable a la libertad, y del hecho fehaciente de que su defensa choca con cualquier forma de opresión, sea esta religiosa, laboral, patriarcal o estatista.
La primera sublevación que desarrollamos es interior. Nuestra capacidad crítica cuestiona los «valores mordaza» que nos han sido impuestos a través de la familia, la escuela y el Estado. Una vez esos valores han sido puestos en duda y analizados, reciben una comprensión diferente, son dotados de un significado ajeno al original.
Liberados de ese primer y elemental servilismo, pasamos a una segunda subversión que disputa nuestra condición de mera «fuerza de trabajo», que se vende y se compra en el indigno y cruel mercado laboral. Las relaciones de explotación nos convierten en mercancía barata; nuestra conciencia política rebelde nos transforma en sujetos revolucionarios que preservan la propuesta innegociable de acabar con esas relaciones infrahumanas de amos y esclavos. [...]
- Anarquía, acracia e ideas libertarias
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