martes, 6 de junio de 2017

Anarquía y comunismo

En el Congreso Socialista celebrado en París por la región del Centro, un orador, que se distinguía por sus ataques contra los anarquistas, dijo: “El comunismo y la anarquía no pueden, en modo alguno, hallarse unidos”. Otro orador, que hablaba contra los anarquistas, aunque con menos violencia, dijo, hablando de la libertad económica: “¿Cómo queréis que se pueda violar la libertad cuando existe la igualdad?”
Pues bien, yo creo que ambos oradores se equivocaban lastimosamente. Se puede tener perfectamente la igualdad económica sin poseer la más mínima libertad. Ciertas comunidades religiosas son prueba evidente de ello. En ellas reina la más completa igualdad con el más absoluto despotismo. La más completa igualdad, porque el superior viste el mismo paño y come en la misma mesa que los demás religiosos; la única diferencia que le distingue de los otros es el derecho de mando que tiene sobre ellos.
¿Y qué diremos de los partidarios del “Estado popular”? Si éstos no encontraran obstáculos de ninguna suerte, estoy seguro de que acabarían por realizar la imperfecta igualdad, al mismo tiempo que el más perfecto despotismo; porque, no hay que hacerse ilusiones, el despotismo de su Estado sería idéntico al despotismo del Estado actual, aumentado con el despotismo económico de todo el capital en manos del Estado, y del despotismo subsiguiente por la centralización que se verificaría por la anulación de todas las instituciones.
Por eso, nosotros, los anarquistas, amigos de la libertad, nos proponemos combatir a los socialistas de Estado con todas nuestras fuerzas. Contrariamente a todo cuanto se ha dicho, se debe temer por la libertad, aun cuando la igualdad exista; mientras que no se debe abrigar ningún temor por la igualdad allí donde exista la verdadera libertad, esto es, la anarquía.
Porque la anarquía y el comunismo, lejos de hallarse en abierta oposición, se hallan íntimamente unidos, ya que estos dos términos (sinónimos de libertad e igualdad) son los dos términos necesarios e indivisibles de la Revolución.
Nuestro ideal revolucionario es sencillísimo; se compone, como todos los de nuestros predecesores, de estos dos términos: libertad e igualdad. Solamente hay en él una pequeña diferencia.
Penetrados de esa confusión con que los reaccionarios de todas las épocas han logrado presentar a la libertad y a la igualdad, séanos permitido poner al lado de estos dos términos libertad e igualdad, dos equivalentes de cuyo significado preciso nadie podrá llamarse a engaño: “Queremos la libertad, esto es, la anarquía, y la igualdad, esto es, el comunismo”.
La anarquía, en la actualidad, es una fuerza de ataque; sí, es la guerra a la autoridad, al poder del Estado. En la sociedad futura, la anarquía será la garantía, el obstáculo a la vuelta de cualquier autoridad, y de cualquier orden, de cualquier Estado. Libre el individuo para satisfacer todas sus necesidades, en completa posesión de su personalidad, según sean sus gustos y simpatías, se reunirá con otros individuos para formar grupos y asociaciones; libres las asociaciones, se federarán en el municipio o en el barrio; libres los municipios, pactarán para formar la comarca y la región, y así sucesivamente, hasta unirse libremente toda la Humanidad.
El comunismo, actualmente, es aún el ataque. No es, sin embargo, la destrucción de la propiedad, sino la toma de posesión, en nombre de toda la Humanidad, de toda la riqueza existente en el mundo. En la sociedad futura, el comunismo será el goce de toda riqueza existente por parte de todos los hombres y según el principio: “de cada uno según sus posibilidades y a cada uno según sus necesidades”, que es como si dijéramos: de cada uno y a cada uno según su voluntad.
Conviene, por tanto, hacer notar, sobre todo, en contestación a nuestros adversarios, los socialistas de Estado, que la toma de posesión y el disfrute de toda la riqueza debe ser, según nosotros, la obra del pueblo entero. No siendo el pueblo, la Humanidad, un individuo que pueda tener en su mano la riqueza, se ha pretendido hacer creer que será necesario instituir una clase de representantes y de depositarios de la riqueza común. No queremos intermediarios; no queremos representantes que acaban por representarse a sí mismos; no queremos moderadores de la igualdad que acaban por ser moderadores de la libertad; no más nuevos Gobiernos: no más Estados, llámense populares o democráticos, revolucionarios o provisionales. La riqueza común, estando diseminada sobre toda la tierra, perteneciendo toda de derecho a la Humanidad entera, los que se encuentran en contacto con esta riqueza y en la posibilidad de utilizarla, la utilizarán en común. Pero si un habitante de Pekín viniese a nuestro país, se hallaría en el mismo derecho que los demás: gozaría junto con los otros de toda la riqueza del país, como lo habría hecho en Pekín. [...]

Carlo Cafiero



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