Hoy como ayer, quiero que los anarquistas entren en el movimiento obrero. Soy, hoy como ayer, un sindicalista, en el mismo sentido en que soy partidario de los sindicatos. No pido unos sindicatos anarquistas que serían tan legítimos como los sindicatos socialdemócratas, republicanos, monárquicos u otros, y servirían para dividir más que nunca a la clase obrera contra sí misma. No quiero tampoco esos sindicatos llamados rojos, porque no quiero tampoco los sindicatos llamados amarillos. Quiero, por el contrario, los sindicatos ampliamente abiertos a todos los trabajadores sin distinción de opiniones, los sindicatos absolutamente neutros.
Por tanto, soy partidario de la participación más activa posible del movimiento obrero. Pero lo soy sobre todo en interés de nuestra propaganda, cuyo campo es considerablemente amplio. Esta participación no puede equivaler por sí sola a una renuncia a nuestras ideas más queridas. En el sindicato debemos seguir siendo anarquistas, con toda la fuerza y amplitud del término. El movimiento obrero no es para mí sino un medio; el mejor, evidentemente, de todos los medios que se nos ofrecen. Este medio me niego a tenerlo por un fin, e incluso no lo desearía si nos hiciera perder de vista el conjunto de nuestras concepciones anarquistas, o más simplemente nuestros demás medios de propaganda y agitación.
Los sindicalistas, por el contrario, tienden a hacer del medio un fin, a tomar la parte por el todo. Y es así como, en la mente de algunos de nuestros compañeros, el sindicalismo se está convirtiendo en una doctrina nueva y amenaza al anarquismo en su propia existencia. [...]
Errico Malatesta
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