La segunda Transición es eso, la expresión sanguinolenta de un malestar ante el estado de las cosas; sobre todo ante ese lavado de cara que la vieja clase política postfranquista y la nueva, los partidos emergentes a los que denomino aventureros o aprendices de brujo, quieren hacerle al Estado y a sus instituciones. La vieja clase política lo hace desde el discurso falaz que afirma que la corrupción sistémica es cosa del pasado, y que con la Constitución en la mano la gestión del presente y del futuro del país está asegurada, a la altura moral del resto de las democracias europeas. La nueva clase política no acepta esa afirmación pero sí defiende que se puede gobernar de otra manera, y que ellos son los elegidos para hacerlo. Se repite hasta la saciedad que es necesaria una segunda Transición, y yo digo que esta ya está aquí. Cuando la desconfianza en las instituciones postfranquistas era máxima, los aventureros llegaron para reforzarlas, a fin de cuentas, para dotarlas de valor.
Desde ese espectáculo ladino y mentiroso, mi repulsión aborda el lenguaje escrito para salvaguardar mi integridad psíquica, y vuelca sobre el papel el sentir oscuro y violento del observador incansable que soy.
Edward Martin
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