sábado, 25 de agosto de 2018

Siglo XXI nº 37

¿Qué hacemos con el Valle de los Caídos?

Para el Valle de los Caídos solo hay una solución acorde con el sufrimiento que representa: volarlo. Es obvio que nadie va a poner la suficiente voluntad política sobre la mesa para tomar una determinación semejante. Para ello habría que definir claramente lo que sucedió en el año 1936 cuando el Capital, la Iglesia, los militares y la sociedad civil fascista rompieron con la legalidad vigente ―que no beneficiaba precisamente a la clase trabajadora― y la combatieron con las armas en la mano.
Hubo una guerra civil porque dos partes del país se enfrentaron desde dos concepciones del mundo totalmente diferentes. Los agresores se convirtieron en vencedores, apoyados directa e indirectamente por las potencias extranjeras, que sacrificaron al pueblo llano ante la amenaza revolucionaria, no querían que el mal se contagiara.
Reconocer todo esto, condenar a los golpistas y a los que les empujaron al levantamiento, anular los juicios sumarísimos, recuperar los nombres de las víctimas, reconocer la apropiación de bienes republicanos, ilegalizar cualquier tipo de manifestación fascista y acabar con los privilegios de la Iglesia Católica solo sería el primer paso a dar. El siguiente seria la desaparición de ese símbolo ostentoso y repugnante que es el Valle de los Caídos, teñido con la sangre de los inmolados durante su construcción. No queremos que se convierta en ningún centro de interpretación de la guerra civil, ni en un museo sobre la misma, anhelamos que desaparezca, sin más, para que nuestros muertos puedan descansar en paz. Esa cruz ignominiosa es un insulto para cualquier persona librepensadora que tenga memoria de lo acontecido desde 1936 hasta nuestros días; porque en España sigue dominando el fascismo, para eso se hizo la Transición; ejerce su poder desde los púlpitos, desde la Bolsa y desde los bancos y el IBEX-35.
Si queremos inician un auténtico proceso renovador de la sociedad española empecemos por quitar todos los signos inmundos de los crímenes de la dictadura franquista; si no el odio intergeneracional seguirá creciendo; yo no viví la guerra, ni siquiera la posguerra, nací en la Transición y, sin embargo, he heredado el recuerdo intenso de aquella experiencia criminal y a la vez heroica. Mi abuelo sí la vivió, también mi padre y mi madre, y mis tíos y mis tías. Todas ellas ya se han reencontrado con la tierra pero sus herederos seguimos con la memoria bien viva y transmitiremos aquellos hechos a las generaciones siguientes para que nunca se olvide por si llega el momento de pedir cuentas. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben nunca, al menos en la historia de la lucha de clases. Ni perdonamos ni olvidamos. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario