martes, 23 de abril de 2019

Siglo XXI nº 45

El sueño de la libertad

¡Elecciones! Claman arrogantes los padres de la patria. La fiesta de la democracia se anuncia a bombo y platillo con discursos altisonantes y apretones de manos cómplices. Los portavoces del Poder se aúnan en un cóctel colectivo que celebra que siguen en sus puestos de gestión, inamovibles, absorbiendo riqueza, lo mismo que las sanguijuelas succionan la sangre de las víctimas que parasitan. Es la “democracia”, la oportunidad, generalmente cuatrienal, de elegir a nuestros verdugos, a esas figuras incuestionables que decidirán nuestros destinos siempre con nuestro beneplácito sufragio. ¿De qué nos quejamos?

Votamos y mantenemos la ensoñación de que somos libres, de que estamos ejerciendo un derecho inalienable, de que el acto en sí es valioso. Votar no mejora nuestras vidas pero nos convierte en demócratas respetables, orgullosos de poseer el privilegio de introducir un pedazo de papel en una urna de cristal, obviando que el resultado del acto es semejante a si lo arrojáramos a una papelera o a un retrete.

Algunas personas no votamos porque no va con nosotras ceder nuestra voluntad a profesionales de la demagogia y la extorsión, y se nos reprocha ese acto incívico. Quizá nuestra abstención les da miedo porque nos sitúa al margen de sus mentiras, distanciandonos de sus acechanzas depredadoras. Nosotras no les tememos más de lo esperado según el tiempo histórico que nos ha tocado vivir. Gane quien gane perderemos, votemos o no el resultado será el mismo o parecido. En todo caso cambiarán las formas, el discurso y la presentación de los engaños. Estamos preparados para ello. Desde nuestra convicción irreductible, conformes en nuestro afán de lucha emancipadora, enarbolamos una bandera que nos inspira y conduce hacia el sueño de la libertad, con una consigna de progreso que cruza el aire como un poderoso canto guerrero, la de la revolución social.

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