Filosofía de la confusión
Estos dos meses de elecciones y parabienes “democráticos” han dado mucho de sí en lo que se refiere a poner sobre la mesa de la escena interna anarquista nuestra “visión” del mundo, nuestras estrategias y nuestra táctica o tácticas. El asombro cuando no la decepción, me han situado en el justo contexto de una realidad ácrata en crisis, a pesar de que seamos más visibles que hace una década. Hablando con personas de la escena libertaria he recibido opiniones de lo más variopinto sobre temas importantes que afectan a la base del pensamiento y trayectoria anarquista. Citaré algunas de estas opiniones que pienso definen bien diversos aspectos de las dinámicas que se producen en los grupos de afinidad libertarios. La primera de ellas parte de un par de compañeras durante una asamblea que tocaba el tema de si “organizarse o no”. Pues bien, estas dos personas, que pertenecían a grupos de afinidad, se manifestaron contrarias a cualquier tipo de organización, afirmando que incluso los grupos de afinidad tendían a destruir al individuo. Proponían, en consecuencia, la “espontaneidad” como táctica fundamental. Interesante punto de vista, al menos filosóficamente hablando, pero ineficaz; no lo digo yo, lo dice la historia de la lucha de clases. A partir de la suma de apoyos podemos afrontar las luchas con un mínimo de solvencia.
Otra experiencia interesante fue la derivada de otra conversación a nivel privado con una persona que militaba en el ámbito anarquista, sobre el tema de “votar o no votar”. Cuando me comentó que había acudido a las urnas en las últimas elecciones y le pregunté el porqué, me respondió taxativamente que “la realidad social así lo exigía”. A partir de ese punto entramos en un debate clásico sobre el valor del voto en la “democracia representativa” en contraste con la “democracia directa”. Yo apelé a los valores universales anarquistas, a la “propaganda por el hecho”, ha situarnos ante la sociedad con valores morales fundamentados en el apoyo mutuo, en la honestidad y en la horizontalidad, en suma, valores que se posicionan por sí mismos por encima del mercadeo mentiroso de las elecciones. Mi interlocutora, muy sorprendida por mi discurso anarquizante, me espetó que ella no era anarquista sino libertaria. En ese instante la sorpresa cambió de lado. Parece que los anarquistas también estamos cambiando el lenguaje y dos palabras que históricamente han sido sinónimas resulta que ahora poseen significados diferentes. Llego a la conclusión de que este tipo de maniobras, lingüísticas o tácticas, como se quieran ver, lo que están justificando son miedos y conductas confusas con las bases de nuestra filosofía.
Pero sigamos adelante. Es algo constatado que en las últimas elecciones muchas personas que se autodefinen como libertarias o anarquistas, no solo mi interlocutora, han participado en la ceremonia de las urnas. Considero que en el ámbito privado, individual, son libres de hacer lo que deseen si sus convicciones personales así lo evidencian; ahora bien, lo que resulta sangrante es que después de presentarnos como defensores de La Idea lo manifestemos públicamente sin sonrojo ni vergüenza, tratando de hacer válida una decisión que es solo personal, ajena al anarquismo militante.
Por último, otro exabrupto chocante y pernicioso es que en Madrid haya habido cuatro manifestaciones diferentes convocadas el Primero de mayo por organizaciones que se autodenominan anarcosindicalistas en las que militan magníficas y entrañables compañeras con las que compartimos a diario luchas y proyectos.
Después de las polémicas suscitadas por la participación en plataformas electorales de algunas compañeras en la era post 15-M, del apoyo dado por otros sectores libertarios al nacionalismo catalán con movilizaciones y discursos que el paso del tiempo ha puesto en su sitio, hoy nos toca pelear con la participación en elecciones generales y con la confusión del lenguaje. Evidentemente, las anarquistas estamos en peligro de extinción. No va a hacer falta que el Estado nos elimine, nosotras mismas estamos sentando las bases de nuestra desaparición como corriente revolucionaria transformadora. Dentro de poco también seremos “transversales”. En un futuro, tal vez, sobreviva La Idea en los libros y sea retomada por una generación dispuesta a mirar al futuro desde el “progreso” y no desde el “posibilismo” y el “retroceso”. Hoy por hoy nuestra práctica nos condena al ostracismo, a la confusión y al ridículo. Si aún queda tiempo, nos deberíamos detener a reflexionar sobre lo que estamos haciendo y la imagen que estamos transmitiendo.
A estas alturas resulta patético tener que plantear la necesidad de buscar la confluencia, la unificación de criterios estratégicos y tácticos, quizá aprender de cómo obraron las personas que nos antecedieron, para evitarnos la imagen deleznable que estamos ofreciendo sobre todo a aquellas gentes de nuestro entorno inmediato a las que hemos intentado convencer durante años para que abracen nuestros postulados de vida y práctica. Si consiguiéramos una mínima unificación de criterios ideológicos, que no uniformización, nuestro camino posible sería la aproximación y el dialogo entre anarcosindicalistas y anarquistas para llegar a plantear a medio plazo una confluencia táctica. Y por añadidura, perseguir que nuestra praxis sea coherente con nuestra moral y pilares filosóficos. Nuestras acciones deben ser un ejemplo a imitar, una lección continua. Nuestra “visión” sobre la sociedad que soñamos debe guiar nuestros pasos al margen de aventurerismos políticos que solo logran enmarañarnos con los oportunistas de la escena institucional.
Tenemos algo que decir que es diferente y es valioso por sí mismo, pero para que nuestras ideas calen, la coherencia en la práctica y la firmeza de nuestro pensamiento debe ser nuestra mejor enseña. Si sumamos fuerzas e ideas claras podremos mirar al futuro con alegría y esperanza.
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