lunes, 17 de junio de 2019

Siglo XXI nº 47

¿Y qué vas a hacer ahora?

Buena pregunta para propios y extraños. Las crédulas gentes de este país ya han votado, ahora el cuestionamiento que está sobre la mesa, es cómo piensan coaccionar a las listas electorales que han apoyado para que cumplan sus programas. Bien es sabido, como dijo esa mente deslumbrante que es Alfonso Guerra, que “los programas electorales se hacen para no cumplirse”. De ese modo parece sensato pensar que dependemos de nuestras propias fuerzas y capacidades para conseguir esos propósitos que proporcionan calidad a nuestra vida cotidiana. Es una obviedad decir que tras el proceso electoral, al recoger el campo de batalla, generalmente, la ciudadanía de izquierdas no tiene a dónde regresar porque ha partido de un supuesto básico que no es más que una cortina de humo: la democracia representativa. Cuando la derecha, como bloque de dominación, se plantea un proceso electoral, lo hace bien pertrechada, sabiendo lo que quiere y dispuesta a ganar por encima de todo; asumiendo a priori que si es derrotada puede regresar a sus bases que permanecen intactas e intocables. Suba al poder o no siempre gana porque el tablero de juego es suyo y las reglas del mismo las ha puesto ella. ¿Y nosotras, las personas asalariadas y más desfavorecidas? Fácil. Nosotras ni hemos puesto reglas ni tan siquiera nos hemos planteado cambiarlas o abolirlas, es decir, acabar con las relaciones de dominación. Para jugar partimos del hecho catastrófico de aceptar sin condiciones dichas reglas; así funciona la democracia burguesa.

Nosotras tenemos poco que decir porque hemos abandonado las ideas fuerza de “revolución”, de “socialización”, en sí, de acabar con el sistema capitalista. En el momento del reflujo post electoral, ¿a dónde vamos? Hoy por hoy no hay a dónde volver, no estamos organizadas, no poseemos estructuras de base, ni sindicatos de masas capaces de hacer frente al Capital. Así, de primeras, el porvenir parece negro, da la impresión de que solo nos resta esperar un “milagro” pendiente de definir.

La derecha, por el contrario, lo controla todo: la banca, la educación, el negocio de la sanidad, la vivienda, la energía, el transporte, el ocio. Ellos lo tienen todo y nosotros estamos desnudos, sin un horizonte “transformador” hacia el que dirigirnos. Ese horizonte es el que marca la diferencia. El conocimiento de su existencia es antiguo, aunque parezca que lo hemos olvidado. La Internacional se organizó para combatir al Capital con su misma táctica, haciendo un frente global que enfrentara en todas las naciones la explotación del hombre por el hombre.

Aunque parezca que estamos desarmados, no es así, poseemos potentes ideas, esas que inspiraron a generaciones enteras que sufrían una existencia mucho más difícil que la nuestra: la democracia directa, la solidaridad, el apoyo mutuo, el anarcosindicalismo, el federalismo. Con estas armas podemos subvertir el “sistema” y trabajar desde este momento por la Revolución Social.
 
Si no nos enfrentamos al Capital de todas las maneras posibles a nuestro alcance, contribuimos a su mantenimiento, por tanto la lucha continua, la autoorganización, la creatividad revolucionaria y una visión a largo plazo del mundo que deseamos, son imprescindibles para reagruparnos primero, organizar la resistencia después, para más adelante pasar a la ofensiva; y cuando llegue el momento, ese en el que el Estado se vuelva poroso, destruirlo hasta sus cimientos.

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