miércoles, 17 de febrero de 2016

Siglo XXI nº 7

El futuro sin relaciones de dominación se construye a partir del presente, de muchos presentes. Nosotras no lo veremos pero se reconocerá nuestro legado, lo mismo que en nuestro tiempo admiramos el trabajo desarrollado por los hombres y mujeres que nos han antecedido. Cuando el desánimo nos subyuga hay que ser conscientes de esa imagen deseada, tan lenta de conseguir pero esperanzadora.

El anarquismo es ante todo una filosofía del pensamiento que, tras la metamorfosis individual se vuelca en lo colectivo, para cambiar la vida, impulsando una evolución necesaria y progresista en las formas de relación humana. Nuestra especie sobrevivirá solo si logra superar su estadio de barbarie que la convierte en una desgracia para sí misma, para el resto de las especies y para el planeta en general. Esa evolución se basa en la libertad y en el respeto a todo lo que existe.

La libertad de la que hablamos es radical en el sentido que no deja fuera a nada ni a nadie. Nos salvamos todas o perecemos todas. Nos liberamos todas o se reproducirán nuevas relaciones de dominación. Profesar la filosofía anarquista supone estar en el mundo con una actitud consecuente con lo antes expresado. Es obvio que no es fácil porque existen variados aspectos cotidianos que habría que tocar y nuestro tiempo es limitado. Muchas personas juntas refuerzan su capacidad de afrontamiento sobre todo cuando el fin es común: mejorar sus vidas desde el tiempo presente y proyectarlas hacia el futuro como una semilla que va a germinar para las nuevas generaciones. Las propia libertad nos lleva a defender nuestra individualidad por encima de todo y eso está bien, es necesario, pero sin perder la perspectiva del conjunto. Pretendemos salvarnos a nosotras mismas pero con las demás personas. Viajamos en la misma barca. Por eso es tan importante crear espacios comunes de contacto en los que poner en común vidas y experiencias. En el documental El tiempo de las cerezas, de Juan Felipe, queda claro que la eclosión libertaria se produjo en 1977 primero porque existía un caldo de cultivo adecuado: las ansias de libertad de varias generaciones; segundo, la cultura heredada y trabajada durante años de clandestinidad, y tercero el espacio común compartido en el gran banderín de enganche que era entonces la CNT. No sabemos qué hubiera pasado de no haber existido tal confluencia, quizá no habría habido ni tan siquiera esa eclosión efímera. Desde luego, la organización histórica no estuvo preparada para convertirse en una estructura que superara las limitaciones de un sindicato, no supo convertirse en una gran organización integral (una especie de coordinadora confederada) que diera cabida a las distintas necesidades y sensibilidades en un mundo en continua mutación. [...]

Sumario

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