jueves, 9 de marzo de 2017

El gobierno representativo

Cuando observamos las sociedades humanas en sus rasgos esenciales, haciendo abstracción de las manifestaciones secundarias y temporales, nos encontramos con que el régimen político por el que se rigen es la expresión del régimen económico existente en el seno de la sociedad. La organización política no cambia a gusto de los legisladores; puede cambiar de nombre, presentarse hoy con el nombre de monarquía, mañana con el de la República; pero su fondo no sufre modificación esencial: se adapta siempre al régimen económico, del cual es expresión, al mismo tiempo que lo consagra y lo mantiene.
Si, a veces, en su evolución, el régimen político se atrasa sobre la modificación económica que se efectúa, entonces una brusca sacudida lo destruye, lo remueve y lo modela de modo que se adecue al régimen económico establecido. Si, al contrario, sucede que al hacerse una revolución el régimen político va más allá que el económico, quedan los progresos políticos en estado de letra muerta, de pura fórmula, consignados solamente en los papeles, pero sin aplicación real. Así, por ejemplo, son los Derechos del Hombre, que, a pesar de su importancia histórica, no es sino un documento más en el voluminoso legajo de la historia humana; y las hermosas palabras de Libertad, Igualdad, Fraternidad no pasarán de un estado de ensueño o de mentira, inscrito en las paredes de los presidios y las iglesias, mientras que la libertad y la igualdad no vengan a ser la base de las relaciones económicas.
El sufragio universal no se hubiera concebido en una sociedad basada en la esclavitud; como el despotismo sería también inconcebible en un mundo que se basara en la verdadera libertad y no en la llamada de transacciones, que sólo es libertad de explotación.
Las clases obreras de la Europa occidental así lo han comprendido. Saben que las sociedades continuarán ahogando los progresos de las instituciones políticas mientras el régimen capitalista actual no desaparezca; saben también que esas instituciones, a pesar de sus hermosos nombres, no son otra cosa que la corrupción y la dominación del fuerte erigido en sistema, la muerte de toda libertad y de todo progreso, y están convencidas de que el único medio de derribar esos obstáculos es establecer las relaciones económicas bajo un nuevo sistema: la propiedad colectiva. Saben, en fin, que para realizar una revolución política profunda y durable es preciso hacer una revolución económica.
Pero, a causa de la íntima relación que existe entre el régimen político y el económico, es evidente que una revolución en el modo de producir y de distribuir los productos no puede hacerse sino paralelamente a una modificación completa de esas instituciones que generalmente se designan con el nombre de instituciones políticas. La abolición de la propiedad individual y la explotación que es su consecuencia, el establecimiento del régimen colectivista o comunista sería imposible si quisiéramos conservar al mismo tiempo nuestros parlamentos y nuestros reyes. Un nuevo régimen económico exige un cambio profundo en el político, y esta verdad ha sido comprendida también por todo el mundo: que el progreso intelectual que se opera en las masas populares está hoy igualmente unido a las dos cuestiones que han de resolverse. Discurriendo sobre el porvenir político estudia al mismo tiempo el económico, y al lado de las palabras Colectivismo y Comunismo oímos pronunciar las de Estado obrero, Municipio libre, Anarquía, etcétera. [...]

Piotr Kropotkin



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