jueves, 9 de febrero de 2017

Siglo XXI nº 19

Cuando en otros artículos pronosticábamos la entrada de la Historia en un periodo de barbarie, algunas personas nos escucharon con un cierto escepticismo, o nos acusaron de un catastrofismo infantil y poco inteligente. La realidad supera con creces el peor de los vaticinios. Carlos Taibo habla de Colapso y lo razona sobradamente; es muy probable que más pronto que tarde tal colapso del sistema se produzca; sin embargo, hasta dicho colapso aparece en una marco razonable, por lo esperado, y de alguna manera abordable desde una perspectiva racional, políticamente hablando.

Con Trump ya no hablamos de catástrofe medioambiental, o de crisis migratorias, de hambre, no, entramos en un escenario que se aleja de todo lo anunciado como posible. Con él, y los que poco a poco van a ir surgiendo como él, hemos retrocedido a las épocas más oscuras de la historia, esas en las que reyezuelos ignorantes, ególatras, despóticos y violentos, rompían con todas las reglas vigentes hasta el momento, e imponían su voluntad a sangre y fuego.

No está emergiendo un nuevo orden. El orden de Trump es intransigente, colérico, muy emocional, retrógrado, medieval, en el peor sentido de la palabra, más devastador que cualquier otro que haya existido, porque supone poner en manos de un psicópata despiadado, irracional, soberbio, que como Calígula quiere convertirse en dios, la mayor máquina militar que existe sobre el planeta Tierra.

Durante ciento cincuenta años hemos defendido la vana ilusión de que las democracias representativas eran el mejor de los modelos posibles, la clave para evitar el holocausto de la guerra.

El que lo ha querido ver, ha sido consciente que dicha democracia no garantizaba ni garantiza más que la sumisión voluntaria de los votantes, pero ni favorece la igualdad, ni la calidad de vida de la población, ni la seguridad. Los seres depravados crecen a su amparo, agazapados, esperando el momento adecuado para emerger, aparentemente de la nada, como unos salvadores mesiánicos que ya no pretenden conquistar el poder para enriquecerse, porque ya son muy ricos, sino para someter a su voluntad cruel al resto de la humanidad. Ese es su objeto de deseo y el destino último de sus acciones. Son aspirantes a dioses, sádicos, que quieren experimentar con el placer que les produce el ejercicio de la dominación en todas sus posibilidades. Eso sí, se justificarán con la más variopinta jerga, muy relacionada con instintos básicos primitivos: territorio, raza, religión verdadera, familia. Con los Trump el análisis político al uso queda a un lado y da paso al análisis psicopatológico: el poder despótico como patología. [...]

Sumario:
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