martes, 17 de octubre de 2017

Siglo XXI nº 27

El título de este artículo inspira interrogantes sobre el significado del camino elegido por el nacionalismo catalán, y es que los acontecimientos históricos que estamos viviendo en las últimas semanas los generan de continuo: misterios, muchos, y también certezas, que quizá estaban presentes en los últimos cuarenta años pero que se han soslayado, desnaturalizado, ignorado, cuando no negado.
Catalunya ha sido y es un gran laboratorio en el que diversas fuerzas sociopolíticas y económicas han experimentado y experimentan con diversos objetivos. La burguesía catalana, muy activa, y pragmática, en los dos últimos siglos ha suspirado por un Estado soberano, y ha instigado, por activa y por pasiva, para llegar a ello con diversas tácticas, unas basadas en alianzas coyunturales, y otras de carácter insurreccional, según el contexto histórico. Ninguna de las intentonas independentistas anteriores ha tenido éxito; esta última —en el momento de escribir este artículo— apunta a seguir el mismo camino que las otras. En los anteriores experimentos, la clase obrera, o como queramos llamar a las masas asalariadas, no participó del evento activamente; en esta última ocasión sí lo ha hecho en compañía de una amplia representación de todos los estamentos sociales del territorio catalán, quizá favorecida por esa idea tan moderna que se denomina transversalidad. Parece que la Independencia, la Nación y el Estado son los valores al alza y que todo lo demás —la lucha de clases incluida— se supedita a la consecución de esos objetivos marco. Esto nos recuerda aquella consigna que propiciaron todas las fuerzas implicadas en la resistencia al levantamiento fascista de 1936, menos las anarquistas: «primero ganar la guerra luego hacer la revolución». Algunas de las voces que repetían hasta la saciedad esa consigna procedían del estalinismo, que había traicionado la Revolución Bolchevique; del republicanismo catalán, que había negado armas a las organizaciones obreras para que afrontaran el golpe de los generales; de las burguesías progres, catalanas o del resto de los territorios de España, que deseaban una república capitalista al estilo de las que imperaban en Europa; o de los socialistas, que no hacía mucho habían colaborado con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, traicionado las promesas a los jornaleros sin tierra de Extremadura y Andalucía, y propiciado matanzas como la de Casas Viejas. A día de hoy prima construir otro Estado, auspiciado por elementos que fueron los primeros en aplicar las recetas neoliberales en Catalunya, en todos los ámbitos. Se aplaude a los Mossos, uno de los aparatos de represión europea más implacable y violento, elevándolos a la categoría de héroes. Sea. La ciudadanía catalana tiene derecho a elegir su destino —eso es incuestionable—, aunque este sea construir un modelo de Estado copiado del que se salen, para reproducir las mismas estructuras de dominación y de miseria. Pueden elegir perfectamente quiénes desean que les torturen y repriman en las manifestaciones. Es entendible. Pero eso no quiere decir que tengan razón. La Historia ha demostrado fehacientemente que el hecho de que «diez mil millones de moscas coman mierda» no convierte a la mierda ni en deseable ni en apetecible. Sin embargo, no tenemos nada que decir al respecto. Insistimos, los pueblos tienen el derecho inalienable de elegir su propio destino, sea este el que sea. [...]

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