martes, 18 de junio de 2019

El ideal anarquista

La anarquía, el ideal del anarquismo y los anarquistas

La anarquía no es una teoría nueva.
La palabra misma, tomada en su acepción de “ausencia de gobierno”, de “sociedad sin jefes”, es de origen antiguo y fue empleada mucho antes de Proudhon.
Por otra parte, ¿qué importan las palabras? Antes de los anarquistas existieron “ácratas”, y se habían sucedido ya muchas generaciones cuando éstos imaginaron su nombre de formación erudita. Siempre ha habido hombres libres, despreciadores de la ley, gentes que han vivido sin amos, según el derecho primordial de su existencia y de su pensamiento. En los tiempos primitivos encontramos en todas partes tribus compuestas de hombres que se rigen a su modo, sin leyes impuestas ni otra regla de conducta que “su querer y libre voluntad”, según dijo Rabelais, e impulsados también por el deseo de fundar la “fe profunda”, como los “caballeros tan bizarros” y las “damas tan graciosas” que se reunieron en la abadía de Thelème.
Pero si la anarquía es tan antigua como la humanidad, al menos los que la representan aportan algo nuevo, puesto que tienen la conciencia precisa del fin que se proponen y desde un extremo al otro de la tierra están de acuerdo dentro de su ideal para rechazar toda forma de gobierno. El sueño de la libertad ha dejado de ser una pura utopía filosófica y literaria, como lo era para los fundadores de las ciudades del Sol o de las nuevas Jerusalén, y ha llegado a ser un fin práctico, activamente buscado por multitudes de hombres que unidos y resueltos colaboran al advenimiento de una sociedad en la que no habrá amos, ni conservadores oficiales de la moral pública, ni carceleros, ni verdugos, ni ricos, ni pobres, sino hermanos que tendrán todos su pan cotidiano, iguales en derechos, manteniéndose en paz y en cordial unión, no por obediencia a las leyes, acompañadas siempre de terribles amenazas, sino por el respeto mutuo de intereses y por la observación científica de las leyes naturales.
Sin duda este ideal parece quimérico a muchos de vosotros, pero estoy seguro también de que la mayor parte lo considera deseable y de que entrevéis a lo lejos la imagen etérea de una sociedad pacífica, en que los hombres, ya reconciliados, dejarán oxidarse las espadas, fundirán los cañones y desarmarán los barcos de guerra. Además, ¿no sois vosotros de los que desde hace miles de años, según decís, trabajáis para construir el templo de la Igualdad? Vosotros sois maçons (albañiles) con el solo fin de maçonner (construir) un edificio de proporciones regulares, donde sólo entren los hombres libres, iguales y hermanos, trabajando sin cesar en su perfeccionamiento y renaciendo por la fuerza del amor a una vida nueva de justicia y de bondad. Está muy bien esto, seguramente, y no estáis solos. De ninguna manera pretendéis el monopolio del espíritu de progreso y renovación. No cometéis ni siquiera la injusticia de olvidar a vuestros especiales adversarios, los que os maldicen y excomulgan, los católicos ardientes que envían al infierno a los enemigos de la Santa Iglesia, pero que también profetizan la venida de una edad de paz definitiva. Francisco de Asís, Catalina de Siena, Teresa de Ávila y otros muchos fieles de una fe que no es la vuestra, amaron ciertamente a la humanidad con el amor más sincero. Y ahora los miles y millones de socialistas, a cualquier escuela que pertenezcan, luchan también por un porvenir en que el poder del capital será destruido y en que los hombres podrán por fin llamarse “iguales” sin ironía. [...]

Eliseo Reclus