Educar para ser libres
José Ramón Palacios, presidente de la FAL (Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo) manifestaba en una entrevista realizada por La Marea, publicada en el número de febrero de 2019, que no entendía el comportamiento del electorado español de más de cincuenta años, es decir, de ese colectivo amplio que ha vivido directamente los cambios sociopolíticos del territorio español, en el intervalo que transcurre entre los años ochenta hasta nuestros días. Desde luego, tiene toda la razón. La entrevista es magnífica y no tiene desperdicio. Parece que no hemos aprendido de la historia reciente, ni tampoco de la historia anterior, la historia contemporánea, a la hora de afrontar la realidad social.
Pienso fehacientemente que la conducta humana siempre tiene explicación, aunque no logremos vislumbrarla, bien por carencias comprensivas, bien por carencias tecnológicas. Existen factores biopsicosociales que en conjunto justificarían cada acto humano, conocerlos es otra cuestión. Podríamos intentar emprender la tarea de comprender dichas premisas, esas que subyacen a nuestro pasar por la vida, pero quizá sea algo inabordable ―los psicólogos conductistas lo han intentado sin éxito― y, por consiguiente, sea más interesante y práctico abordar otras vías de indagación o de reflexión sobre el mundo y sus circunstancias.
Si no podemos explicar por qué hacemos lo que hacemos, sí podemos, elucubrar sobre las variables que deberíamos tocar para modificar esas conductas perniciosas que nos complican la existencia. A estas alturas parece claro que la explotación del hombre por el hombre no es una propiedad de la materia sino una elección del mismo como forma de relación.
Desde este enfoque, podemos situar en el centro de nuestra atención una cosa cualquiera y pensar sobre ella desde una metodología científica que necesariamente tiene que ser complaciente con el individuo pensante y también con las personas que le rodean; las soluciones individuales no sirven para generar cambios colectivos. De este modo, por poner un ejemplo, podemos poner en la palestra de nuestro análisis al autoritarismo.
Nos preguntamos: ¿de dónde viene?, ¿posee una raíz biológica?, ¿es una conducta aprendida?, ¿hay factores educativos y sociales que facilitan su manifestación? Es francamente difícil responder con un mínimo de responsabilidad a estos interrogantes, pero podemos asumir la hipótesis de que existen estructuras originadas en la educación y en la convivencia social que favorecen la aparición del mismo y su mantenimiento. Por tanto, combatiremos dichas estructuras ―generando otras alternativas― y educaremos a las nuevas generaciones en el principio elemental de que la Libertad es el pilar básico del progreso humano.
Vivir de una manera autoritaria, sometiendo o siendo sometido, genera una tensión que nos hace enfermar. El respeto al otro, a nuestro igual, nos relaja; su respeto nos hace sentir seguridad. El amor a la Libertad es incompatible con el autoritarismo, la intolerancia y las relaciones de dominación. La Libertad como bien supremo nos conduce a rechazar toda autoridad que no provenga de la moral, el esfuerzo o el intelecto. ¿Esto a dónde nos lleva? A empatizar con el mundo sensible. Nuestro goce de la libertad tiene que ser compatible con otras libertades presumibles que toman forma a nuestro alrededor.
La conclusión final, a partir de este ejemplo particular, es que el mejor medicamento contra el autoritarismo es el desarrollo de la libertad y la práctica del apoyo mutuo. No entendemos por qué las gentes humildes apoyan mediante su simpatía o el voto a sujetos o partidos como Trump, Bolsonaro o Vox, por citar algunos, que son precisamente el máximo exponente de la opresión y el aumento exponencial de las diferencias de clase. Pero sí conocemos que reafirmarnos en la conquista de una libertad plena y la práctica del apoyo mutuo son antagónicos con dichos sujetos y partidos.
Por tanto, educar en la libertad y el análisis racional, y generar redes de apoyo mutuo, es en sí mismo garantía de conductas coherentes con formas de ver el mundo basadas en la solidaridad y la justicia social. Así mismo, el apoyo a partidos ultraderechistas, fascistoides, mesiánicos religiosos o populistas de cualquier tiempo, por parte de la clase obrera, indica una gran ignorancia y desinformación. Han olvidado o no conocen el significado de la lucha de clases. En la definición del problema se encuentra la solución. Será la toma de conciencia, de la comprensión de las relaciones de explotación y dominación que gobiernan nuestras sociedades, lo que hará que el posicionamiento ante el hecho mismo del voto, sea más selectivo cuando no táctico o simplemente abstencionista.
Acabamos como empezamos. Hay muchas cosas y hechos que no entendemos pero sí sabemos o pensamos que sabemos, cuál es el camino posible para avanzar hacia el futuro con dignidad y justicia social: educar para ser libres.
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