Edward Martin
Abril 2020
La música que escucho paraliza mis dedos, es suave, triste, ensoñadora. Me describo con estas palabras: triste y soñador. Pero no soy suave, no creo que esa sea la característica principal que me define, si es que puedo describirme o definirme de alguna manera. Podría decirse que soy atronador, tormentoso, borde, irascible, irritable. En este momento estoy aturdido aunque no comprendo bien la naturaleza de este entumecimiento cerebral que me condena a permanecer estático y difuso. Noto la presión de la silla en el culo, me molesta, demasiadas horas sentado, inmóvil, sin esperar nada, solo estando, cubierto por una niebla emocional que me deja insensible. Digo que siento pero no siento, sí percibo, recibo información del cuero de la silla, pero lo que yo llamo sentir no se produce porque para eso hay que declararse vivo y admito la posibilidad de no estarlo. Cuántas divagaciones para describir una incongruencia. La música me gusta, experimento placer con ella, eso ya es una emoción. A lo mejor no es placer lo que experimento, sino distracción; no obstante, eso puede ser una forma de placer o de satisfacción, o como se le llame. Me distraigo, bueno, son palabras, dejo pasar el tiempo, cuento los minutos o los ignoro, no hay gran diferencia. El reloj sigue su curso, realiza su trabajo con precisión; mientras le dure la pila lo hará infatigablemente, liberado de todo atisbo de conciencia. Buen detalle, eso me distingue de él, yo poseo dolorosamente conciencia y no es bueno para la salud, más bien diría que es algo pésimo, desagradable, nefasto; el embrutecimiento produce una cierta libertad que no puedo obtener por otros medios. El alcohol es un buen camino y las drogas, o dormir, siempre y cuando las tres cosas sean factibles y no generen más problemas de los que pretenden solucionar. No pienso más que mierdas, elaboraciones mentales que no me llevan a ningún sitio y que no puedo detener, no puedo, no es que no quiera es que no sé cómo hacer que el cerebro deje de farfullar, de hablar enloquecido, como un demente encerrado en una celda a perpetuidad. La inconsciencia es deliciosa y la locura tal vez lo sea también, estar cuerdo es un pecado contra dios, porque dios está loco, tanto por crearnos como por crearse a sí mismo. A la historia le gustan los dioses, de todo tipo, ¡qué gilipollez!, yo no creo en dios ni en seres superiores, los humanos somos solo bestias que confeccionan y manipulan herramientas con efectos nefastos sobre otras especies, somos el peor de los depredadores, magnífico título honorífico, supone una gran responsabilidad representar a la mayor manada de cabrones que ha gestado el azar biológico.
Madrid, 19-04-2020
Bajar