sábado, 25 de abril de 2020

Cuadernos del Sur

Los cuasimuertos
Edward Martin
Abril 2020

Graniza intensamente, más allá de lo que se pudiera esperar, después de recorrer un invierno que no ha sido invierno; ahora, con la primavera próxima, la naturaleza explota en espasmos extremos, sin lógica. Nada en el mundo parece ser lo que es o lo que debiera ser, la meteorología no va a suponer una excepción. La constante mutación de la existencia fluye sin orden, los sucesos simplemente ocurren porque pueden ocurrir, se desprenden como escamas de piel muerta, a eso se lo denomina azar; aunque el clima no lo sea y se afirme que está sometido a las leyes de la probabilidad. Graniza porque las condiciones se han dado, sin más, eso pienso. Mis plantas se han cubierto de un gélido manto blanco que no me dice nada, debería hacerme sentir alguna emoción, buena o mala. Quizá las plantas se mueran. Si se mueren las tiraré y volveré a plantar otras. Nuevos tallos ocuparán su espacio; yo soy su enterrador. No elijo si viven o mueren, podría hacerlo, a veces las cuido, mas no lamento cuando se mueren. Sé que van a morir por anticipado, no tengo buena mano con ellas, tampoco este espacio artificial del que dispongo las favorece. Escucho con apatía el ruido de las bolas de hielo, del tamaño de un grano de soja, estrellarse contra el suelo, su acontecer me hace desperezarme y abrir la ventana; el frío llena la habitación y también mis pulmones. Una de mis vecinas de arriba, a la que no veo y que no sé si conozco, a su vez ha abierto la ventana, muestra felicidad y comenta con alguien invisible el acontecimiento, como si estuviera ocurriendo algo importante. Vivimos un suceso que nos extrae del ostracismo del instante. Me importa una mierda si cae hielo del cielo o bombas de quinientos kilos, esparcidas como semillas desde aviones B-52 yanquis. Sin embargo, también he abierto la ventana porque algo no era como debía ser, aunque nunca sepa cómo deben ser las cosas. Cae hielo, es extraño, qué tiene que ver el suelo blanco conmigo, nada o tal vez mucho. No hay límites entre su existencia y la mía. Tal vez nos distingue la durabilidad, yo ya he existido más, dentro de unos minutos, el puto hielo será historia, eso sí, pobre historia que la memoria no se molestará en recordar demasiadas horas. Puede que se lo diga a mi madre esta noche cuando le llame, de algo tengo que hablar con ella, por qué no del granizo, da igual hablar de ese accidente que del libro que estoy leyendo. Es posible que tuviera que hablarle mejor de lo que leo, lo otro resulta demasiado trivial; ¿quién dice que lo trivial no es importante? Ella me cuenta sus pequeñas cotidianidades y yo le describo, maquinal, los eslabones de mi esquemática jornada.
La música que escucho paraliza mis dedos, es suave, triste, ensoñadora. Me describo con estas palabras: triste y soñador. Pero no soy suave, no creo que esa sea la característica principal que me define, si es que puedo describirme o definirme de alguna manera. Podría decirse que soy atronador, tormentoso, borde, irascible, irritable. En este momento estoy aturdido aunque no comprendo bien la naturaleza de este entumecimiento cerebral que me condena a permanecer estático y difuso. Noto la presión de la silla en el culo, me molesta, demasiadas horas sentado, inmóvil, sin esperar nada, solo estando, cubierto por una niebla emocional que me deja insensible. Digo que siento pero no siento, sí percibo, recibo información del cuero de la silla, pero lo que yo llamo sentir no se produce porque para eso hay que declararse vivo y admito la posibilidad de no estarlo. Cuántas divagaciones para describir una incongruencia. La música me gusta, experimento placer con ella, eso ya es una emoción. A lo mejor no es placer lo que experimento, sino distracción; no obstante, eso puede ser una forma de placer o de satisfacción, o como se le llame. Me distraigo, bueno, son palabras, dejo pasar el tiempo, cuento los minutos o los ignoro, no hay gran diferencia. El reloj sigue su curso, realiza su trabajo con precisión; mientras le dure la pila lo hará infatigablemente, liberado de todo atisbo de conciencia. Buen detalle, eso me distingue de él, yo poseo dolorosamente conciencia y no es bueno para la salud, más bien diría que es algo pésimo, desagradable, nefasto; el embrutecimiento produce una cierta libertad que no puedo obtener por otros medios. El alcohol es un buen camino y las drogas, o dormir, siempre y cuando las tres cosas sean factibles y no generen más problemas de los que pretenden solucionar. No pienso más que mierdas, elaboraciones mentales que no me llevan a ningún sitio y que no puedo detener, no puedo, no es que no quiera es que no sé cómo hacer que el cerebro deje de farfullar, de hablar enloquecido, como un demente encerrado en una celda a perpetuidad. La inconsciencia es deliciosa y la locura tal vez lo sea también, estar cuerdo es un pecado contra dios, porque dios está loco, tanto por crearnos como por crearse a sí mismo. A la historia le gustan los dioses, de todo tipo, ¡qué gilipollez!, yo no creo en dios ni en seres superiores, los humanos somos solo bestias que confeccionan y manipulan herramientas con efectos nefastos sobre otras especies, somos el peor de los depredadores, magnífico título honorífico, supone una gran responsabilidad representar a la mayor manada de cabrones que ha gestado el azar biológico.

Madrid, 19-04-2020

Bajar