Introducción
El Imperio Ruso, liderado por el Zar Nicolás II
Romanov, saludó al siglo XX con una aguda depresión económica, que tuvo efectos
catastróficos sobre la industria hasta entonces en irrefrenable expansión, y
sobre las comunidades campesinas, a las cuales dislocó de manera muy dolorosa.
El hambre, la desesperación, la miseria, hicieron presa de la población,
estallando importantes revueltas campesinas en 1902 (las cuales fueron
brutalmente reprimidas), una serie de huelgas entre 1903 (la cual abarcó toda
Ucrania y el sur de Rusia) y 1904, coincidiendo todo este período con agitación
estudiantil y étnico-nacional, en las regiones subyugadas al Imperio (Polonia,
Finlandia, regiones bálticas, Armenia, etc.). También se produjeron en este
período algunos casos puntuales de atentados a funcionarios de la autocracia.
Negras tormentas se agitaban en el cielo ruso, cuando en Febrero de 1904
estalla la Guerra Ruso-Japonesa, la cual agravó la crisis y arrastró al Imperio
a una serie de humillantes derrotas militares.
En Diciembre de 1904 estalló una Huelga en la emblemática fábrica de maquinaria
Putilov, bastión de la organización obrera en San Petersburgo e importante
complejo industrial vinculado a la guerra, huelga que rápidamente se propagó
por toda la capital, arrastrando a casi cien mil obreros a una huelga
espontánea. Finalmente, en Enero de 1905, el Pope Gapón, que lideraba una
asociación obrera patrocinada por el Estado y ligada a la policía política del
Zar (Okhrana) condujo, como corderos al matadero, a miles de obreros hacia el
Palacio de Invierno para que el “padrecito Zar” escuchara el pliego de los
obreros: algunas medidas para mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores y de los pobres, junto a algunas reformas de carácter democrático
liberal. También pedían el término de la guerra. Mientras cargaban estandartes
religiosos y entonaban canciones de carácter religioso y patriótico, aparte de
alabar la figura del Zar, los cosacos les cerraron el paso. Cuando intentaron
avanzar para alcanzar el Palacio de Invierno, la orden fue implacable: disparar
a matar. Alrededor de 1.000 personas murieron en la lluvia de balas, aquella
fatídica jornada que sería recordada como el “Domingo Sangriento” y la cual
cercenó por siempre el vínculo afectivo del pueblo ruso hacia el “padrecito
Zar”.
Esa masacre fue la señal para el inicio de la llamada “Revolución de 1905”,
momento crucial en la maduración de la conciencia revolucionaria del
proletariado y del campesinado ruso, que en poco más de una década, germinaría
con el proceso revolucionario de 1917. Después de la masacre, se masificaron
las huelgas (alcanzando a más de medio millón de obreros huelguistas en al
menos 122 centros poblados), los ataques contra los funcionarios del Zar, los
motines de soldados (el amotinamiento del Potemkin, el de Novaia-Alexandria,
Kronstadt, etc.), amen de un sinnúmero de levantamientos campesinos y
regionales devastadores, entre ellos una gran insurrección en Polonia y masivas
insurrecciones en las regiones bálticas. En Octubre se lanza una gran huelga
general, y es en ese momento en donde efectivamente nace el Soviet (Concejo) de
San Petersburgo que aglutinaría a 200.000 obreros, a través de unos 500
“diputados”, como una iniciativa ampliamente espontánea de las masas[1]. Su
vida es corta y, tras un fracasado llamado a una huelga general en Noviembre,
en Diciembre ya ha desaparecido. Pero el modelo de organización de los
trabajadores que sería tan importante para la futura revolución, ya había sido
ensayado.
Ante la presión de las masas, en Octubre, el Zar se vio forzado a firmar el
“Manifiesto de Octubre”, en el que se prometían ciertas reformas tendientes a
liberalizar tímidamente al Estado. Se introducía el sufragio universal, se permitían
la creación de partidos políticos y se creaba la Duma, el cuerpo legislativo
del Estado. Estas reformas sirvieron para liberar las tensiones y restar fuerza
al movimiento de masas. Pero a la zanahoria siguió el garrote, y tras las
concesiones que aflojaron la presión popular, vinieron los pogromos, la
represión al por mayor en contra de los focos de resistencia, que se terminaron
de “pacificar” en Diciembre de 1905, con un baño de sangre durante la huelga
general de Moscú, con lo cual el ciclo revolucionario se cierra a fin de año
con unos 15.000 muertos. Y a esta represión indiscriminada, siguió, tras el
reflujo del movimiento de masas, la represión selectiva en contra de los
elementos revolucionarios, a los cuales se les aplicaba sumariamente la horca,
llamada no sin cierta dosis de humor macabro, la “Corbata de Stolypin”, en
honor al infame Primer Ministro del Zar, Pyotr Stolypin, en el período de Mayo
de 1906 a 1911, fecha en que cae asesinado. Esta represión brutal conlleva al
auge de prácticas terroristas que aumentan explosivamente desde 1906, cobrando
la vida de miles de funcionarios del Zar y miembros de la autocracia, y también
terminando con la vida de miles de revolucionarios por la espiral retaliatoria
del zarismo.
Paralelo a esto, se creó la Duma, el órgano legislativo del Estado, el cual fue
en dos ocasiones disuelto por órden de Stolypin (en 1906 y 1907), demostrando
los límites que enfrentaba la introducción de la más tibia reforma liberal,
para ser recreado después como un órgano extraordinariamente limitado y servil
a los intereses de la autocracia. Con el úcase de Junio de 1907, que disuelve
la Segunda Duma, se cierra el ciclo reformista abierto en 1907 en paralelo al
ciclo revolucionario ahogado en sangre en Moscú en Diciembre de 1905.
Este es el contexto para entender los siguientes artículos de Kropotkin sobre
la Revolución Rusa de 1905 y sus consecuencias, los cuales fueron escritos en
Londres en el período 1906-1909, período de profunda reacción y de severa
represión, los cuales, pese a todo, reflejan las grandes esperanzas que sentía
el veterano anarquista por los sucesos que, por fin, sacudían a la autocracia
zarista y que lo llenaban de optimismo revolucionario. En estos momento, se
encontraba trabajando de lleno por estimular al naciente movimiento anarquista
comunista ruso, apoyando una publicación que se editaba desde Londres por
algunos anarquistas rusos, llamada “Pan y Libertad” (Jleb i Volya), como
una clara referencia al lema de los populistas (naródniki) “Tierra y Libertad”
y al libro de Kropotkin “La Conquista del Pan”. Entre los colaboradores del
periódico se encontraba Vladímir Zabréshnev y María Korn. En este momento,
también, Kropotkin se dedicó de lleno a estudiar la Revolución Francesa,
apareciendo su clásico libro “La Gran Revolución” en 1909. Su interés por la
Revolución Francesa no era fundamentalmente académico, sino que era motivado
por los sucesos que conmocionaban a Rusia. Kropotkin estaba convencido que una
mejor comprensión de la Revolución Francesa sería de suprema importancia para
evitar caer en los mismos errores y asegurar que la próxima revolución en Rusia
llevara al pueblo por el camino de la revolución libertaria. Estos artículos,
publicados en la revista norteamericana “Madre Tierra” (Mother Earth), dirigida
por la rusa Emma Goldman, más una parte de la introducción de su libro-denuncia
“El Terror en Rusia” (The Terror in Russia), escrito como una denuncia
ante el parlamento británico en 1909[2], han sido traducidos por primera vez al
castellano y esperamos que sean una contribución para conocer mejor los sucesos
claves de 1905 y los cambios de suma importancia que se dieron después, y que
pavimentaron el camino a la Revolución de 1917.
Pero además esperamos que sirvan para entender mejor el pensamiento de
Kropotkin. En estos artículos se aprecia su valoración de las tácticas de
insurrección urbanas y callejeras, como las que se vivieron en la huelga de
Moscú de fines de 1905; la importancia que daba a la cuestión campesina que
define como crucial en Rusia, no sólo por ser éste un país mayoritariamente
agrario, sino porque el espacio rural se había convertido en un importante foco
de rebeliones casi permanentes; y por último, porque en estos artículos se
aprecia la desconfianza ante las revoluciones “desde arriba”, “por decreto”, un
asunto que es central en varios escritos de Kropotkin, y que, ciertamente, en
este caso se fundamenta en sus estudios históricos de la experiencia
revolucionaria en Francia, como se desprende de las numerosas referencias a ésta.
Este es un punto de interés, pues mientras Kropotkin opone a la “ilusión
parlamentaria” y la fe ciega en el reformismo, la necesidad del pueblo de
expropiar y tomar el camino de la acción directa, también Kropotkin establece
la necesidad del pueblo de oponerse no solamente mediante acciones, sino que
formando organismos políticos de democracia directa que reemplacen a la vieja
burocracia, al Estado (sorprende, en este sentido, que Kropotkin no preste
atención al Soviet de San Petersburgo, por efímero que haya sido, mientras que
cita como ejemplos de auto-organización autónoma las experiencias de ciertas
comunas municipales formadas durante la rebelión por los gurios y letones –algo
quizás consistente con su visión federalista y con la importancia que daba a
las provincias rurales).
Sin embargo, pese a su desconfianza en las ilusiones parlamentarias y su
énfasis en la acció directa y espontánea del pueblo, Kropotkin no desprecia a
rajatabla, de manera cruda y mecánica, a las “revoluciones democrático-burguesas”,
como si nada pudiera sacarse de ellas: aún cuando la revolución rusa haya
tenido un importante componente liberal burgués (que él claramente distingue
del movimiento obrero y campesino que actuó en “paralelo”), esto no determina
fatalmente el curso a seguir por la revolución y Kropotkin esperaba que el
fracaso del reformismo sirviera para acabar con las ilusiones populares en él,
así como para pavimentar el camino a la acción revolucionaria de las masas
dando al pueblo un pequeño gustillo de libertad, que podría entenderse como un
“aperitivo” del porvenir. En esto Kropotkin estuvo en lo cierto: 1905 pavimentó
el camino a 1917. Lamentablemente, los anarquistas no fueron capaces de
capitalizar a su favor el desarrollo del fervor revolucionario a la sombra del
reformismo burgués, por su falta de organización político-revolucionaria: este
aspecto es uno de los aspectos débiles del pensamiento de Kropotkin, el cual
quizás sobrestima demasiado la espontaneidad de las masas.
Por último, no deja de ser interesante que Kropotkin haya dirigido un libro
sobre los sucesos de Rusia al parlamento británico. El carácter de este libro
no es de invectiva revolucionaria, sino que de denuncia fundamentalmente
humanitaria. Que Kropotkin se haya dirigido a ese público demuestra su apertura
de criterio, su capacidad de relacionarse políticamente con gente que no
necesariamente comparte sus opiniones con vista a una tarea conjunta (la
denuncia de la autocracia en este caso), y quizás, en cierta medida, su visión
de la necesidad de una alianza de los sectores revolucionarios y libertarios
con sectores liberales y democráticos (el bloque “progresista” como se diría
hoy) para torcer el brazo al despotismo, a la vez que sabemos, en base a sus
otros escritos, que él sostiene la necesidad de no hacerse ilusiones con el
reformismo y de mantener una visión política diferenciada. Obviamente, esto no
lo hace explícito en este último artículo, pero se desprende de los dos
anteriores. Esa es otra razón que justifica que estos tres artículos sean
publicados conjuntamente, en orden de aparición.
Los dejamos al juicio de los lectores, que sin lugar a dudas, podrán
profundizar las reflexiones acá hechas al paso y que podrán extraer otras
propias, pues como todo cuanto escribió Kropotkin, estos escritos son fecundos
para el pensamiento crítico.
Bibliografía consultada:
Avrich,
Paul: “Los anarquistas Rusos” (Editorial Alianza, 1974)
Kropotkin, Pyotr: “The Terror in Russia ” (Methuen & Co., 1909)
Serge, Victor: “El Año I de la Revolución Rusa” (Siglo XXI, 1967)
Trotsky, León: “1905, Resultados y Perspectivas” (2 Tomos, Ruedo Ibérico, 1971)
e “Historia de la Revolución Rusa” (2 Tomos, Quimantú, 1972)
Volín: “La Revolución Desconocida” (Proyección, 1977)
José Antonio Gutiérrez D.
Notas:
[1] En su libro “La Revolución Desconocida”, el anarquista ruso Volín asegura
que la idea de los Soviets nació en Febrero de 1905 en una reunión en su casa
con un par de amigos y conocidos. Aparte de que no hay manera de constatar
empíricamente la realidad de ese hecho, si hubiera sido cierto, su importancia
histórica hubiera sido nula, porque no habría tenido ninguna relación con el
Soviet de Octubre y no logró, tampoco, convertirse en un organismo de lucha de
masas ni hacer nada concreto. Existen algunas inconsistencias, más aún, en el
relato de Volín, como afirmar que él no quiso ser “presidente” del Soviet
debido a razones de orden anti-autoritario, cuando, en realidad, en ese
momento, Volín no era anarquista, sino social-revolucionario. Recién se convertiría
al anarquismo en 1911 estando en el exilio.
[2] El tono de este artículo debe ser comprendido entendiendo a quién dirige su
libro. No debe sorprender la ausencia de retórica revolucionaria en este último
escrito, siendo éste un documento puesta al servicio del parlamento británico
–y escrito a petición del “Comité Parlamentario Ruso” (Parliamentary Russian
Committee), constituido por “miembros de ambas cámaras, con
representantes de la prensa, de las Iglesias y de las Universidades” con el
objeto de “reunir y difundir información fiable e imparcial relativa a los
eventos rusos, y en particular, relativa al progreso del Movimiento
Constitucionalista; así como el cultivo de relaciones amistosas con todos
aquellos rusos que trabajan por el mejoramiento social y político de su país”
(según lo define su propia Constitución, que puede leerse en la contratapa de
“El Terror en Rusia”).
La
Revolución en Rusia
Piotr Kropotkin
La
Revolución Rusa ha entrado, recientemente, en una nueva fase. Negras nubes
cubrían al país entre los meses de Enero y Abril. Ahora, la claridad
esperanzadora se ha abierto camino gracias a los inesperados resultados de las
elecciones de la Duma, los cuales favorecieron a los radicales. Pero antes de
referirnos a las nuevas esperanzas, echemos un vistazo a ese período obscuro
del cual el país viene saliendo.
En toda revolución se precisa de un número de alzamientos locales para preparar
así el terreno al esfuerzo victorioso del pueblo. Esto es lo que ha ocurrido en
Rusia. Tuvimos rebeliones locales en Moscú, en las provincias bálticas, en el
Cáucaso y en las aldeas de la Rusia Central. Cada una de estas insurrecciones,
al permanecer en el ámbito local, fueron seguidas por una terrible
represión.
La Huelga General, declarada en Moscú el pasado Enero, no tuvo éxito. Los
obreros ya habían sufrido suficiente en la Huelga General de Octubre, 1905, y
en las huelgas parciales subsiguientes. Y cuando las provocaciones del gobierno
forzaron a los obreros moscovitas a decretar la huelga, el movimiento no se
generalizó. Solamente unas cuantas fábricas en Presnya y unas cuantas líneas
ferroviarias se sumaron. La Troncal Principal –la línea que va de Moscú a San
Petersburgo- siguió operando, y en ella llegaron las tropas a Moscú.
En cuanto a las tropas que estaban en Moscú, éstas daban muestras de un hondo
descontento, y probablemente se hubieran puesto del lado del pueblo si la
huelga se hubiera generalizado y si una masa de 300.000 obreros se hubiera
tomado las calles, como ocurrió durante el último Octubre. Pero cuando vieron
que la Huelga General fracasaba, obedecieron a sus comandantes.
Y sin embargo, la semana durante la cual un puñado de revolucionarios armados
–menos de 2.000- y los obreros huelguistas de Presnya lucharon en contra de la
artillería y el ejército, y cuando varios miles de millas de barricadas fueron
construidas por la muchedumbre –por hombres y niños en las calles-, está semana
fue testimonio de lo equivocados que estaban todos los “revolucionarios de
salón” que proclamaban la imposibilidad de la guerra callejera durante la
revolución.
En cuanto a los letones y estonios en las provincias bálticas, su levantamiento
en contra de los arrogantes y rapaces terratenientes alemanes fue un movimiento
grandioso. En todo este inmenso país, los campesinos y los artesanos en los
pueblos se rebelaban. Organizaban ellos mismos su municipio, expulsaban a los
jueces alemanes, se negaban a trabajar para los terratenientes y a pagar su
renta –actuaron, en pocas palabras, como si fuesen libres. Y aunque su
levantamiento fue finalmente ahogado en sangre, ha demostrado, al menos, lo que
los campesinos deben hacer en toda Rusia. De hecho, la insurrección latente aún
continúa.
La represión que siguió a la rebelión fue terrible. La prensa británica no ha contado
más que la décima parte de las atrocidades cometidas por las tropas imperiales
en las provincias bálticas, a lo largo de la línea ferroviaria que va de Moscú
a Kazan, en el Cáucaso, en Siberia, en los poblados rusos. Y cuando pretendemos
contar la verdad sobre estas atrocidades, ora en una revista inglesa de amplia
circulación, ora ante masivas asambleas públicas, hemos siempre sentido el peso
de una oposición inexplicable en contra nuestra. El tratado o acuerdo que se ha
concluido hace algunos días entre el Gobierno británico y el ruso explican
ahora las causas de la oposición a que se divulguen en este país los hechos que
fueron publicados sin tapujos en la prensa rusa, pero solamente en Rusia.
La represión fue un episodio de masacres al por mayor, llevadas a efecto de
manera sistemática por las tropas, a sangre fría. La historia moderna conoce
una sola represión tan salvaje como esta: la extraordinaria masacre que realizó
el ejército de las clases medias en París tras la derrota de la Comuna, en Mayo
de 1871. Empero, estos asesinatos fueron cometidos después de una ardua lucha,
bajo la luz escabrosa de París en llamas.
Al destacamento militar que fue enviado a lo largo de la línea de Moscú-Kazan
no se le disparó un solo tiro. Los revolucionarios ya habían abandonado sus
filas y se habían dispersado cuando el regimiento llegó. Pero en cada estación,
el Coronel Minn, jefe del destacamento, así como sus oficiales, fusilaron entre
diez y treinta hombres, tomando sus nombres sencillamente de listas entregadas
a las tropas por la policía secreta. Fueron fusilados sin siquiera un amague de
juicio, sin una adecuada identificación. Los fusilaron por lotes, sin ninguna
advertencia. Les disparaban de cualquier modo, por la espalda, en sus caderas.
El Coronel Minn les disparaba sencillamente con su revólver.
En cuanto a los campesinos de las provincias bálticas, su suerte fue aún peor.
Aldeas completas fueron castigadas. Aquellos hombres a los cuales algún
terrateniente local denunciara como “peligrosos”, fueron fusilados en el acto,
sin mayores averiguaciones –frecuentemente, se fusilaba a los hijos en ausencia
del padre, un hermano a cambio del otro, un Ivanovsky por un Ivanitsky... Fue
tal la orgía punitiva y de muerte, que un oficial joven, habiendo ejecutado a
varios hombres de esta manera, se suicidó de un tiro al día siguiente, al
reflexionar sobre lo que había hecho.
En Siberia, en el Cáucaso, el horror fue aún más repulsivo. Y en las aldeas
rusas, donde los campesinos habían dado muestras de rebelión, las mismas
ejecuciones se produjeron, a veces con una crueldad inimaginable, como fue el
caso, por ejemplo, de Tamboff, donde se produjeron con ayuda del gobernador
Luzhenovsky, quien sería luego ajusticiado por esa heroica muchacha llamada
Spiridonova. “Cuando llegué a las aldeas y vi a los ancianos enloquecidos
por la tortura del látigo, y cuando hablé con la madre una muchacha que se
arrojó a un pozo tras ser violada por los Cosacos, sentí que era imposible
seguir viviendo mientras ese hombre, Luzhenovsky, no recibiera castigo”.
Así habló esta valerosa muchacha durante su juicio.
Pero el destino deparaba algo aún peor. Todo el mundo se estremeció al escuchar
las torturas a las cuales la Srta. Spiridonova fue sometida tras su arresto por
el oficial de policía Zhdanoff y por el oficial de los Cosacos Abramoff. Ni
siquiera las torturas de nuestros hermanos y camaradas en Montjuich alcanzaron
al sufrimiento inflingido sobre esta muchacha. Por lo cual en toda Rusia hubo,
hace poco, alivio y satisfacción cuando Abramoff fue asesinado y el
revolucionario que ajustició a ese animal pudo escapar, sentimientos que se
repitieron cuando se supo que el otro animal, Zhdanoff, corrió la misma
suerte.
Las tinieblas que prevalecieron en Rusia cuando el gobierno de Witte-Durnovo
[1] inauguraba los fusilamientos al por mayor de los rebeldes, no puede
describirse sin citar pasajes de los periódicos rusos. Más de 70.000 personas
fueron arrestadas; las prisiones estaban rebosando gente. Grupos de exiliados
comenzaron a ser enviados, como antaño, a Siberia por orden del gobierno. Los
viejos exiliados, que retornaban gracias a la amnistía del 2 de Noviembre de
1905, se topaban en su camino de retorno con los grupos de exiliados de
Witte-Durnovo. Los revolucionarios de todos los sectores del Partido
Socialista, del Socialista Revolucionario, del Anarquista, y aún del
Social-Demócrata, recurrieron al revólver y a la bomba, y todos los días podía
leerse en la prensa rusa que uno, dos o más funcionarios de la Corona habían
sido asesinados por los revolucionarios en venganza por las atrocidades
cometidas. Multitud de hombres y mujeres, como Spiridonova, las hermanas
Izmailovitch, y tantos otros hombres y mujeres de carácter heroico, se hartaron
de la vida bajo semejante sistema de despotismo asiático, y juraron venganza
contra sus verdugos.
Fue en tales circunstancias que las elecciones de la Duma se llevaron a efecto.
Y ahora, los pocos simpatizantes del Zar, descubren que a sus sátrapas se les
fue la mano con la opresión. El gobierno realizó varias maniobras para
manipular las elecciones y así poder gozar de una aplastante mayoría a su
favor. Los candidatos liberales fueron arrestados, las asambleas fueron
prohibidas, sus periódicos fueron confiscados –cada gobernador en las provincias
actuó como un sátrapa persa sin ninguna restricción. Aquellos que hablaron a
favor de los candidatos progresistas, fueron allanados y enviados a prisión sin
mediar ningún formalismo... ¡Y aún así todo fue en vano!
La reacción se ha encargado de desarrollar durante estos tres meses un odio tan
amargo en contra del Gobierno, que nadie, salvo los candidatos de la oposición,
tenían ninguna esperanza de ser escuchados y electos. “¿Están a favor o en
contra de estos animales?”. Tal era la única pregunta que era necesario
hacer.
Y así fue como los demócratas constitucionalistas obtuvieron una aplastante
mayoría en la Duma, una mayoría tal que dejó perplejo al gobierno ruso, sin
saber qué hacer.
Los social revolucionarios y los social demócratas se abstuvieron de participar
en las elecciones, y por consiguiente, hay muy pocos socialistas declarados en
la Duma. Pero además de esto, la Duma contiene a todos los elementos radicales
de la clase media, cuyos nombres han sobresalido en los últimos treinta años,
como enemigos de la autocracia.
El elemento más interesante de la Duma son los campesinos, que han logrado
cerca de 120 representantes electos. Con la excepción de unos treinta hombres,
que no tienen una opinión clara, los representantes de los campesinos están
totalmente de la mano con los elementos radicales más avanzados en cuestiones
políticas, y en cuestiones laborales, lo están con los obreros socialistas.
Pero aún más, ellos plantean la gran cuestión, la cuestión más importante del
siglo, la cuestión de la tierra.
“Quien no are la tierra por sí mismo, no tiene derecho alguno sobre ella.
Solamente aquellos que la labran con sus manos, y todos quienes así obren,
deben tener acceso a la tierra. La tierra es propiedad de la nación, y la
nación debe disponer de ella según sus necesidades”. Esta es su opinión –su
fe, y ningún economista, sea del campo que sea, podrá sacudirla.
“Hace ochenta años nos asentamos en estas praderas”, decía uno de
aquellos campesinos en estos días. Esa tierra era un desierto. “Hemos hecho
a toda esta región valer algo; pero la mitad de ella fue confiscada por los
terratenientes (conforme a la ley, por supuesto; pero nosotros, los campesinos,
no aceptamos una ley como tal cuando es injusta). Fue confiscada por los
terratenientes –y la queremos de vuelta”.
“Pero si ustedes ocupan esa tierra, y hay más aldeas en la cercanía que no
tienen más tierras que unas pobres chacras, ¿qué hacer?”
“Entonces, ellos tienen derecho a ellas, tanto como nosotros lo tenemos.
¡Mas no así los terratenientes!”
En estas palabras se contiene toda la Cuestión Social y toda la sabiduría
socialista.
“¡Si los campesinos se toman la tierra, entonces, las manos obreras harán lo
suyo con las industrias!” exclamaba aterrado un corresponsal de los
periódicos ingleses al informar de tan sencillo discurso.
Si, lo harán. Indudablemente lo harán. Deben hacerlo. Pues si no lo hacen, toda
nuestra civilización colapsará y se arruinará –tal cual colapsaron las
civilizaciones de Roma, Grecia, Egipto, Babilonia.
Debemos mencionar otro rasgo importante. Los campesinos rusos no confían en sus
representantes. Estos hombres del arado han comprendido mejor la esencia del
parlamentarismo que aquellos que se han ido paulatinamente infectando del culto
al parlamento. Tal o cual hombre fueron elegidos; pero saben que no deben
confiar. Las elecciones son como un juego de azar. Y por lo tanto, un cierto
número de delegados campesinos se ven hoy en las galerías de la Duma, los
cuales han sido enviados por sus aldeas para vigilar a sus representantes en el
parlamento. Saben que estos representantes pronto se malograrán y serán
sobornados de una manera u otra. Por lo que mandan delegados –la mayoría,
campesinos ancianos, respetados, quizás no sean buenos oradores, ni sepan
hacerse propaganda, hombres que no serían electos de ninguna manera, pero que
mantendrán honesta vigilancia sobre sus parlamentarios.
Sin embargo, aún cuando la Duma exista tan sólo hace un par de días, hay una
creciente sensación en Rusia que todo este electoralismo no es aún aquello que
se requiere. “¿Qué es lo que puede hacer la Duma?” se preguntan en toda
Rusia. “Si el gobierno no la quiere más, se deshará de ella. ¿Cómo podrán
500 hombres resistir al gobierno si éste decida enviarlos de vuelta al lugar
del que vinieron?”.
Así que en toda Rusia crece la sensación de que el parlamento y sus debates no
son aún lo que se busca. Es solamente el momento preliminar para otra cosa que
ha de venir. “Ellos expresarán nuestras necesidades; acordarán ciertas cosas”...
pero la sensación crece en Rusia de que la acción tendrá que venir del mismo
pueblo.
Y el trabajo subterráneo, aquella lenta labor de madurar convicciones y forjar
unidad, ocurre en toda Rusia como los preparativos de algo infinitamente más
importante que cualquier debate en la Duma.
Ni siquiera se dice el nombre de esto que es más importante. Quizás la mayoría
ni siquiera sabe su nombre. Pero nosotros lo conocemos y debemos decirlo. Es la
Revolución: el único remedio verdadero para paliar tantos males.
P. Kropotkin
(Mother Earth, Vol. I, No.5, Julio de 1906)
[1] Referencia a la dupla que encabezaba el gobierno zarista, compuesta por el
Ministro del Interior del Zar, Pyotr Durnovo y por el Primer Ministro Sergei
Witte, quien fuera autor del Manifiesto de Octubre de 1905.
¡Basta
de Ilusiones!
Piotr Kropotkin
El
cierre de la segunda Duma fue el fin del primer período de la revolución rusa,
el período de las ilusiones. Estas ilusiones nacieron cuando Nicolás II,
impresionado por la huelga general de Octubre de 1905, publicó un manifiesto en
el cual prometió convocar a los representantes del pueblo para gobernar con su
ayuda.
Todos pueden recordar claramente las circunstancias bajo las cuales se ganaron
estas concesiones. Las actividades industriales, comerciales y administrativas
pararon repentinamente. Ni los partidos revolucionarios ni los políticos
instigaron u organizaron esta gran manifestación de la voluntad popular.
Partiendo de Moscú, el movimiento rápidamente se expandió hacia toda Rusia,
como todos esos grandiosos movimientos populares elementales que ocasionalmente
conquistan a millones de personas, haciéndoles actuar en una misma dirección,
con sorprendente unanimidad, realizando consecuentemente milagros.
Los molinos y las fábricas cerraron, el tráfico ferroviario fue interrumpido;
los productos alimenticios se acumularon en verdaderas montañas en las
estaciones sin poder llegar a su destino donde la población pasaba hambre. La
obscuridad y un silencio sepulcral aterrorizaban el corazón de los amos, que
ignoraban que ocurría en el interior del país, ya que la huelga se había
extendido a los servicios de correo y telégrafo.
Fue un temor animal por su vida y la de los suyos lo que forzó a Nicolás II a
ceder a las exhortaciones de Witte y convocar a la Duma. Fue el terror ante una
multitud de 300.000 personas que invadieron las calles de San Petersburgo y se
preparaban a asaltar las prisiones lo que le obligó a conceder la amnistía.
Pareciera que no debimos haber puesto la menor fe en los tenues resabios de
libertades constitucionales que obtuvimos de esta manera. La experiencia
histórica, especialmente de la revolución de 1848, nos demuestra que las
constituciones entregadas por los de arriba carecían de todo valor, a menos que
una victoria substancial, ganada mediante la sangre, convirtiera las
concesiones en el papel en conquistas reales, y a menos que el mismo pueblo
ampliara sus derechos al comenzar, según su propio acuerdo, la reconstrucción
en base a las autonomías locales.
Los gobernantes, que cedieron ante la presión momentánea, en semejantes
ocasiones frecuentemente dejan que la agitación de la victoria popular decante,
mientras preparan sus tropas leales, señalan a los agitadores para ser
arrestados o aniquilados, y luego de unos cuantos meses habrán rechazado sus
promesas, procediendo a aplastar al pueblo por la fuerza en venganza por el
miedo y la humillación que han pasado.
Rusia ha sufrido ya demasiado durante el medio siglo precedente debido al
hambre, a los abusos y la insolencia de sus amos; la sociedad culta de Rusia
esta demasiado exhausta por la lucha tan larga, sanguinaria y desigual –tanto
que saludaron al primer acto de rendición de los traicioneros Romanov [1] como
si hubiera sido una concesión de buena fe. Rusia se arrojaba felizmente a la
Era de la Libertad.
En un artículo previo decíamos que el mismo día en que se firmó el manifiesto
de Octubre, introduciendo un régimen liberal, el traicionero y perverso
Nicolás, con sus compinches, instituyeron el gobierno secreto de Trepov en
Peterhof, con el objeto de contrarrestar y paralizar aquellas reformas [2]. En
los primeros días de júbilo popular, cuando el pueblo creía aún en el Zar, la
gendarmería, bajo instrucciones del gobierno secreto, sacaba con premura
proclamas incitando a la masacre de judíos e intelectuales, despachando a sus
agentes para organizar pogromos y allanamientos. Estos agentes congregaban
bandas de vándalos, mutilando a los intelectuales en Tver y en Tomsk,
acribillando hombres, mujeres y niños que celebraban el advenimiento de la
libertad, mientras que Trepov –mano derecha del Zar- daba órdenes de “no
ahorrar municiones” a fin de dispersar a los manifestantes populares.
La mayoría de las personas se imaginaron cuál era el orígen de estos pogromos.
Pero los radicales incurrieron en su usual torpeza. Estaban tan mal informados
(y aún lo están) de las acciones de los círculos del poder que supieron de
manera positiva de esta política hipócrita de Nicolás tan sólo siete u ocho
meses más tarde, cuando Urusov la denunció en la primera Duma. Y aún entonces,
influidos por la buena fe propia de los rusos, había quienes reiteraban que
esto no era culpa del Zar, sino que de sus asesores. Se decía que el Zar era
demasiado gentil como para ser un hombre artero. En realidad –y ahora somos más
quienes estamos convencidos de ello- él es demasiado malicioso como para no ser
traicionero.
Mientras el gobierno secreto de Peterhof organizaba pogromos y masacres, a la
vez que dejaban que hordas de Cosacos embrutecidos en sus servicios policiales
se ensañaran contra los campesinos, nuestros radicales y socialistas seguían
con sus idilios “parlamentarios”, formando partidos electoralistas, con sus
inevitables intrigas y faccionalismos, y ya se imaginaban a sí mismos en
posesión de los procedimientos constitucionalistas que tomaron siglos para
consolidarse en Inglaterra.
Solamente las provincias remotas comprendieron que, explotando la situación
desventajosa de un gobierno que fue tomado por sorpresa, se hacía necesario
sublevarse en ese preciso momento, y sin consultar al aborto de “Constitución
Autocrática”, terminar con las instituciones locales que son el sostén del
gobierno en toda la extensión de Rusia. Estas sublevaciones tuvieron lugar en
Livonia, Guria, Grusia Occidental, y en el tren de Siberia Oriental. Los gurios
y letones dieron un gran ejemplo de insurrección popular: su primer paso fue el
establecimiento de su autonomía local revolucionaria.
Desafortunadamente, estos levantamientos no encontraron apoyo ni en sus
vecinos, ni en la Rusia central, ni en Polonia. Y aún cuando ciertos pueblos se
rebelaron en la Rusia central, no fueron apoyados por las ciudades y los
centros urbanos. En Rusia no ocurrió como en Julio de 1789, cuando las
poblaciones de las ciudades insurgentes del oriente de Francia abolieron las
moribundas municipalidades y, procediendo desde abajo, comenzaron a organizarse
en distritos, arreglando los asuntos locales sin esperar las leyes del
parlamento o de la realeza. Ni siquiera la sublevación de Moscú despertó el
apoyo activo de las masas y fracasó en instalar el tradicional recurso
revolucionario –la comuna municipal autónoma.
El inculcamiento diligente de los ideales germánicos relativos a la
centralización imperial, a la disciplina partidaria, en la mente de los
revolucionarios rusos, tuvo su efecto. Nuestros revolucionarios se unieron de
manera heroica a la lucha, pero no consiguieron producir consignas
revolucionarias. Aún si las pudieron conjeturar vagamente, no hubo quien las
formulara decididamente.
Las rebeliones individuales fueron aplastadas. A los trenes llevando al
regimiento Semenov [3] se les dejó pasar por Moscú, mientras los
revolucionarios esperaban “instrucciones” de alguna parte. El destacamento
punitivo liderado por Meller-Zokomelsky dejó Chelyabinsk con destino a Chita
sin ser molestado durante su trayecto: ¡pese a la huelga de los ferroviarios en
Siberia, se les permitió seguir adelante! Las brutales incursiones de Orlov
azotaron a las provincias bálticas, pero los letones no obtuvieron apoyo ni de
occidente ni de Polonia. Guria fue arrasada, y donde quiera que los campesinos
se alzaron, los Cosacos los aplastaron con una ferocidad propia de la guardia
personal de Iván el Terrible.
Mientras tanto, la ingenua –estúpidamente ingenua- fe en la Duma seguía viva.
No es que la Duma haya sido considerada un mecanismo de control contra la
arbitrariedad o como un instrumento capaz, aún en su estrecha esfera, de
limitar el celo de los agentes de Peterhof. ¡Claro que no! La Duma era
considerada como la futura ciudadela de la legalidad. ¿Por qué? “Porque”,
nos reiteran intelectuales simplones, “la autocracia no puede subsistir sin
préstamos, y los bancos extranjeros no harán ningún préstamo sin la sanción de
la Duma”. Esto se afirmaba en momentos en que tanto el gobierno francés
como el inglés respaldaban un nuevo préstamo, no sin garantías claro está, pues
lo que se deseaba era arrastrar a Rusia hacia un conflicto que han contemplado
con Alemania*.
Ni siquiera el cierre de la primera Duma ni los juicios sumarios en las cortes
marciales hicieron nada para temperar las cabezas de nuestros cándidos
políticos. Aún seguían creyendo en el poder mágico de la Duma y en la
posibilidad de ganar una Constitución a través de ella. El carácter de las
actas de ambas Dumas lo demuestran.
Hay palabras –“palabras que tienen alas”- que pueden viajar por toda la Tierra,
inspirar al pueblo, darles valor para luchar, para enfrentar la muerte. Si la
Duma no pudo pasar una sola ley tendiente a renovar la existencia, uno al menos
podría haber esperado escuchar esta clase de palabras. En épocas de revolución,
cuando el trabajo destructivo precede al esfuerzo constructivo, los estallidos
de entusiasmo poseen un poder maravilloso. Las palabras y las consignas poseen
más poder que una ley aprobada, pues ésta no puede sino ser fruto de una
transacción entre el espíritu del Futuro y el Pasado decadente.
La Casa de Versalles en 1789 vivía al unísono con París; reaccionaba el uno con
el otro. Los pobres de París no se hubieran rebelado el 14 de Julio si no fuera
porque el Tercer Estado, tres semanas antes, había lanzado su promesa de no
dispersarse hasta haber alterado todo el orden de cosas. Y qué hubiera pasado
si este juramento hubiera sido solamente un acto teatral; qué hubiera pasado
si, como sabemos, de no haberse alzado el pueblo parisense los diputados se
hubieran retirado mansamente de su puesto como lo hizo nuestra Duma. Lo que
ellos pronunciaron fueron solamente palabras, pero palabras que inspiraron a
Francia, que inspiraron al mundo. Y cuando la Cámara formuló y anunció los
Derechos del Hombre, el impacto revolucionario de una nueva Era conmovió a todo
el mundo.
De igual manera, sabemos que el Rey de Francia habría vetado cualquier ley
sobre la alienación, aún habiendo mediado la recompensa, de los derechos
feudales de la aristocracia terrateniente; más aún, la Cámara misma (al igual
que nuestros Cadetes [4]) no habría aprobado semejante ley. ¿Y qué hubiera
ocurrido entonces? Sin embargo, la Cámara pronunció un poderoso llamado en el
primer artículo de la declaración de principios del 4 de Agosto: “¡Los
derechos feudales quedan abolidos!”. En realidad, esto no fue otra cosa que
fuegos de artificio verbales, pero los campesinos, concientemente confundiendo
una declaración con la ley, se negaron entonces a pagar cualquier impuesto
feudal.
Sin lugar a dudas, esas solamente fueron palabras, pero que agitaron hacia la
revolución.
Por último, hubo más que meras palabras, ya que, aprovechándose de la
perplejidad del gobierno, los diputados franceses atacaron atrevidamente las
anticuadas instituciones locales sustituyendo a los escuderos y magistrados por
municipios comunales y urbanos, que subsecuentemente se convirtieron en
bastiones de la revolución.
“Los tiempos y las condiciones son otros” se nos dice. No cabe ninguna
duda de esto. Pero las ilusiones descartaron una clara comprensión de las
condiciones reales en Rusia. Nuestros diputados y políticos se hallaban tan
hipnotizados por la mismísima expresión “representantes populares”, y de tal
modo desestimaron la fuerza real del antiguo régimen, que a nadie se le ocurrió
preguntar la pregunta pertinente: “¿Cómo debe hacerse la revolución en
Rusia?”. Sin embargo, no sólo aquellos que creyeron en los poderes mágicos
de la Duma estaban equivocados. Nuestros camaradas anarquistas también se
equivocaron al creer que los esfuerzos heroicos de un grupo de individuos
bastarían para demoler la fortaleza del antiguo orden forjado durante siglos.
Miles de actos heroicos tuvieron lugar, miles de héroes dieron la vida, pero el
antiguo régimen ha sobrevivido y aún puede llevar adelante su designio de
aplastar a los jóvenes y vigorosos.
Si, la era de las ilusiones se ha acabado. El primer ataque ha sido repelido.
El segundo ataque debe ser preparado sobre bases más amplias y con una
comprensión más acabada de la verdadera fuerza del enemigo. No puede haber una
revolución sin la participación de las masas, y todos los esfuerzos deben ser
dirigidos a sublevar al pueblo, quienes son los únicos capaces dee paralizar
los ejércitos del viejo mundo y de capturar sus fortalezas.
Debemos impulsar este trabajo en todas las partes, rincones y recodos de Rusia.
¡Basta de ilusiones, basta de fiarse de la Duma o de cualquier puñado de
redentores heroicos! Es necesario que las masas estén ellas mismas al frente de
la gran labor de reconstrucción general. Pero las masas entrarán en la lucha
solamente en nombre de sus necesidades propias fundamentales.
La tierra –para quien la trabaja; las fábricas, molinos, líneas férreas –para
el obrero; que en todas partes se formen comunas revolucionarias libres que
trabajen su propia salvación con sus propias manos, no mediante representantes
ni oficiales en San Petersburgo.
Tal debe ser el móvil para el segundo período revolucionario al que está
entrando Rusia.
P. Kropotkin
(Mother Earth, Vol. II, No.7, Septiembre de 1907)
* Como si Turquía, diez veces en mayor bancarrota, no hubiera obtenido
préstamos frescos, aún para propósitos bélicos. Como si los banqueros
occidentales no se esforzaran por reducir a cuantos países fuera posible a la
condición de Grecia y Egipto, en donde los fondos bancarios, como garantía por
deudas, se apoderan de las rentas públicas o de la propiedad estatal. Como si
los saqueadores rusos tuvieran escrúpulos en empeñar las vías del ferrocarril
del Estado, las minas, el monopolio del licor, etc. [Nota de Kropotkin,
original del artículo]
[1] Nombre de la dinastía que gobernó Rusia desde 1613 hasta 1917, de la cual
fue miembro el último Zar ruso, Nicolás II.
[2] Alexander Trepov fue un oficial sumamente influyente en la Corte del Zar;
oficialmente, fue Primer ministro entre 1916-1917, pero como explica este
artículo, fue un personaje tan influyente, que se le consideraba como un
gobernante de facto. Peterhof era el nombre del Palacio del Zar en San
Petersburgo.
[3] Uno de los más importantes destacamento militares de la Guardia Imperial
Rusa.
[4] Kadets, nombre dado a los miembros del Partido Constitucional Democrático,
un partido liberal, centrista, que tuvo alguna prominencia en las dos primeras
Dumas.
El
Terror en Rusia
Piotr Kropotkin
No
existe duda de que el movimiento ocurrido entre los años 1905 y 1907, ha
producido un cambio profundo en el pensamiento y en el sentimiento de Rusia.
Los campesinos, los obreros, los oficinistas, los pequeños comerciantes ya no
son tan sumisos a cualquier oficial de policía rural, como lo eran antes.
Nuevas ideas, nuevas aspiraciones, nuevas esperanzas y, por sobre todo, un
nuevo interés en la vida pública se han desarrollado en ellos, desde que se
declarase oficialmente en Octubre de 1905 que la nación, desde ese momento,
tendría derecho a expresar sus deseos y a expresar su poder legislativo
mediante sus representantes, así como que la política de gobierno sería de
corte liberal. Pero, tras la solemne proclamación de la reconstrucción de la
vida politica del país sobre principios nuevos, y que, para utilizar las mismas
palabras usadas por el Zar en su Manifiesto, “la población recibirá las
bases inviolables de los derechos cívicos, basados en la inviolabilidad de la
persona, de su libertad de culto, de expresión, de asociación y de asamblea”
–después de promulgar semejante declaración, aquellos que intentaron hacer
realidad estos principios, han sido tratados de rebeldes, culpables de alta
traición.
No solamente se judicializa a los representates de los partidos de avanzada por
todo aquellos que hicieron y dijeron entre 1906 y 1907, sino que aún al partido
más moderado, los Oktobrists, que siguen al pie de la letra el contenido del
Manifiesto de Octubre, son tratados por los funcionarios de alto o bajo rango
del gobierno del Sr. Stolypin, como predicadores de doctrinas sediciosas. El
único partido político que desde entonces ha recibido la parobación personal
del Zar, quien los ha reconocido como leales, es la Unión de Hombres Rusos;
pero como se sabe ahora por revelaciones que por fin han llegado a las Cortes
de Justicia, este partido no solamente ha tomado parte activa en la
organización de pogromos en contra de los Judíos y en contra de los
“intelectuales” en general, sino que su Presidente está en estos momentos enfrentado
a un juicio por instigar y pagar el asesinato de Herzenstein, un miembro de la
Primera Duma, quien fuera considerado como la mejor autoridad financiera en
asuntos relativos al campesinado. También se le juzga por su complicidad en el
asesinato del Sr. Yollos, otro respetable miembro de esa misma Duma, también
autoridad en asuntos relativos al campesinado [1].
En relación al actual Consejo de Ministros, éste se ha declarado, durante
debates recientes en la Duma, incapaz de gobernar al país sin recurrir al
Estado de Sitio en grandes extensiones del país. Este sistema, empero, se ha
extendido de tal manera en el último tiempo que en estos momentos casi dos
tercios de las provincias del Imperio Ruso se encuentran bajo el mandato de
Gobernadores Generales especialmente nominados, a los cuales se les ha dotado
con poderes casi dictatoriales, incluyendo el poder de decretar la pena de
muerte sin juicio, y sin siquiera enviar al condenado a una Corte Marcial. Esta
facultad inaudita, fue recientemente confirmada por una decisión del
Departamento Primero del Senado, el cual ha reconocido que, en las provincias
donde existe el Estado de Sitio, tal poder sobre la vida y la muerte sin tener
que recurrir a un juicio ha sido conferido al Gobernador General por un decreto
del Zar que ordena las reglas a seguir durante el Estado de Sitio.
Al mismo tiempo, es política del actual gobierno el establecer juicios en
contra de todos aquellos que, durante los años de 1905-1907, hicieron suyas las
palabras del Manifiesto Imperial en un sentido literal, actuando en conformidad
con sus palabras, y considerando que la nación había recibido en realidad
derechos políticos. Los editores de libros, que fueron editados por centenares
en esos años, y que entonces se consideraba que cumplían con la normativa
relativa a la censura, están siendo ahora enjuiciados por concepto de violación
a la ley y son condenados a uno o dos años de prisión en una fortaleza. Quienes
organizaron asambleas públicas o expresaron en ellas ideas perfectamente legales
desde un punto de vista constitucional, son ahora enjuciados por
revolucionarios. Los organizadores de resistencia armada a los pogromos
(linchamientos de judíos) son ahora tratados como revolucionarios de la peor
descripción, y una ininterrumpida seguidilla de de juicios se dirige en contra
de hombres de vida pacífica por cosas que ahora son calificadas como
violatorias de la legalidad, pero que eran perfectamente constitucionales hace
dos años. De hecho, debe decirse, como se dice en la misma prensa rusa, que
estos juicios no constituyen otra cosa sino la venganza de la burocracia por
todo lo que se dijo en esos meses en contra de su malgobierno. Estos juicios,
de los cuales daremos algunos ejemplos durante esta declaración, están
aumentando de manera tan acelerada que se teme que todos los liberales en
Rusia, por moderadas que sean sus opiniones, tendrán su turno ante las Cortes
Marciales y otros tipos excepcionales de Cortes, de continuar el actual
régimen.
Otro rasgo característico del presente estado de cosas, es el gran número de
juicios que son resultado directo de la labor de agentes provocadores como el
afamado Azeff. Se ha dado, últimamente, bastante prominencia al escándalo de
Azeff, y fue, de hecho, notable que se descubriera que el hombre que tomó el
rol más activo en la organización de los asesinatos del Ministro del Interior,
Von Plehve, en Julio de 1904, del Gran Duque Sergius en 1905, y del General
Bogdanovitch en Ufa, haya organizado todos estos atentados con el conocimiento
y con el financiamiento parcial de la policía secreta rusa, o al menos, de
aquellos elementos de esa policía que tienen por misión especial la Okhrana
(“Protección”) del Emperador. Pero el escándalo de Azeff es tan sólo el más
impresionante entre una multitud de otros escándalos que han salido a luz
recientemente. De hecho, ha sido corroborado gracias a las pruebas presentadas
ante la Primera Duma por el Príncipe Ouroussoff, que varios agentes
provocadores fueron quienes organizaron los pogromos contra los judíos, el
asesinato de intelectuales en Tomsk y Tver, los atentados en contra de los
gobernadores de diversas provincias y muchas de las llamadas “expropiaciones”
–es decir, extorsionar por dinero bajo amenazas de muerte- que ocurrieron en el
período entre 1905 y 1906. Para estos propósitos, los agentes de la policía
importaron desde el extranjero enormes cantidades de literatura revolucionaria
(como ha sido comprobado en el caso de Azeff), junto a armas y explosivos;
también organizaron la manufactura de bombas en la misma Rusia, a veces con
dineros facilitados por el jefe del Departamento de Policía, como se reveló en
el caso de Lopukhin.
La política del gobierno del Sr. Stolypin ha sido los últimos dos años una
política revanchista contra quienes tomaron parte activa en el movimiento de
liberación que siguió al Manifiesto del 30 de Octubre, 1905, y es fácil
imaginar las masas humanas que han sido arrestadas, llevadas a juicio,
deportadas a Siberia, o exiliadas a diversas regiones del Imperio mediante
sencillas órdenes administrativas. El resultado de todo esto es que las
prisiones están tan hacinadas en estos precisos momentos, que tienen, según
datos oficiales, alrededor de 181.000 presos, pese a que la máxima capacidad
para que fueron diseñadas es apenas de 107.000 presos. Pero como hay provincias
específicas en donde los arrestos fueron particularmente numerosos, sabemos por
las denuncias oficiales hechas en la Duma durante la discusión sobre el
presupuesto para el sistema carcelario, que existen centros de detención en los
cuales el número de prisioneros es tres, hasta cuatro veces mayor que su
capacidad. La consecuencia de este sobrepoblamiento es que la administración
carcelaria enfrenta una imposibilidad absoluta para otorgar a los reos aún la
más mínima de las condiciones sanitarias exigidas por la ley. El tifus se
propaga a un ritmo alarmante en las prisiones del Imperio, y su presencia ha
sido detectada en 65 de cada 100 provincias.
En la mayoría de estas prisiones hacinadas, los reos no tienen camas de ninguna
especie; y en muchas, ni siquiera existen las plataformas de madera adosadas a
los muros que eran utilizadas para este fin. Se duerme en el suelo, sin más
cubiertas ni más respaldo que unas ropas viejas y harapientas, literalmente
plagadas de roedores, que son entregadas por las autoridades de las prisiones.
En tales condiciones, es imposible hablar de condiciones sanitarias. Los
infectados por el tifus o el escorbuto se recuestan junto al resto de los
prisioneros, y solamente cuando alguno de ellos está a punto de morir, se le
lleva a un hospital. Se sabe de casos de pacientes con tifus que han sido
llevados en camilla a los tribunales y luego enviados de vuelta por los jueces.
Un hombre fue ahorcado mientras padecía de tifus, con temperaturas de 104º
[ie., Farenheit].
Todo esto lleva, como es natural, a actos de rebelión por parte de los
prisioneros, los cuales, a su vez, conducen a una represión de la manera más
abominable, y a ejecuciones al por mayor. La brutalidad de la peor clase de ha
vuelto algo habitual en todos los centros de detención, y algunos hechos
horrorosos serán discutidos a continuación en los documentos que presento. Aún
los hombres que han sido condenados a muerte son salvajemente golpeados antes
de ser llevados al patíbulo, de tal manera que en una Corte Marcial de Moscú,
un hombre, condenado a la horca, tuvo que solicitar al Presidente de esa Corte
su palabra de honor de que no sería golpeado hasta la muerte antes de su
ejecución. En este caso se mantuvo la palabra de honor, pero es regla general
que las torturas a las cuales son sometidos los condenados a muerte antes de
que tenga lugar su ejecución sean tan horrendas que, en un considerable y
creciente número de casos, hombres que enfrentaban con calma a la muerte, no
puedan soportar las torturas que la preceden, y se suiciden. Respecto al número
de penas de muerte pronunciadas por las Cortes Marciales y las ejecuciones, no
existe una tendencia decreciente, como informó el Sr. Stolypin al Sr. W.T.
Stead en Julio de 1908 [2]. Se mantienen sin variación, aún cuando ha habido
una decidida disminución del número de hechos de violencia cometidos por los
revolucionarios, y de la criminalidad general.
El verano pasado, tuvo lugar en el Times una discusión sobre el número de
exiliados trasladados a diversas regiones del Imperio por Órden Administrativa,
y sostuvo un refugiado en Londres que, contrariamente a lo afirmado por el Sr.
Stolypin, según el cual su número no sería mayor a 12.000, no hay menos de
78.000 prisioneros en esa situación. La Duma, posteriormente, pidió al
Departamente de Policía las cifras exactas, y ellos entregaron la suma de
74.000. El estado de estos exiliados es aún más calamitoso que lo que ha
señalado la prensa inglesa. No es exagerado afirmar que en ciertas partes de la
Siberia Nor-Oriental la situación de los exiliados es sencillamente
desesperada, y no hay que sorprenderse que se realicen actos de rebelión, como
los que hemos sabido tuvieron lugar en Turukhansk.
En resumen, si las presentes condiciones deben ser descritas en unas pocas
palabras, debe decirse que mientras la población rural y los obreros en las
ciudades se han elevado hasta alcanzar una cierta concepción de respeto por sí
mismos, y mientras las aspiraciones de un trato más humano y de mayores libertades
se han extendido por todo el país, encontramos, por otra parte, entre la
burocracia, alta o baja, y entre los agentes menores en los poblados, un
verdadero espíritu de odio y de cruel venganza contra la menor manifestación de
amor por la libertad, resultando esto en relaciones extremadamente tensas entre
la población y la clase dominante en toda Rusia. Del mismo modo, grandes
muchedumbres han sido llevadas a la desesperación por los actos arbitrarios de
los agentes inferiores del Gobierno en las aldeas y en las ciudades pequeñas de
las provincias. Existe, en el presente, escacez de grano en muchas provincias
de la Rusia Europea y de Siberia, y se están produciendo hambrunas; pero el
Gobierno ha ordenado a todos los morosos en el pago de impuestos y en el pago
de de previos préstamos por situaciones de hambruna, que paguen de una vez, y
esto se hace en estos momentos, sin importar la hambruna, con una severidad
hasta ahora desconocida. Al más mínimo moroso, alguna familia campesina que no
debe más que unas cuantas chauchas, se le remata su propiedad, en remates en
los cuales las autoridades policiales son los únicos participantes; ganado,
caballos, y aún las reservas de grano así como las futuras cosechas, se rematan
por un par de chauchas a algún oficial de la policía rural, quien, luego, las
vuelve a vender al arruinado campesino a precios tres o cuatro veces mayores.
Más aún, se estima que existen, por lo menos, unos 700.000 campesinos y
obreros, solamente en la Rusia Europea, que han sido forzados a abandonar su
modo de vida tradicional durante los últimos dos años, como consecuencia de la
represión que ha seguido a las huelgas y otros eventos, y quienes en estos
precisos momentos son meros vagabundos al margen de la ley que van de una
ciudad a otra, forzados a ocultarse bajo identidades falsas, y sin posibilidad
alguna de retornar a sus tierras natales a sus ocupaciones previas. Hay casi
tres cuartos, de un total de un millón de personas, a quienes una amnistía
general les permitiría retornar a su modo de vida tradicional y a sus antiguos
ingresos.
Tal es la situación de Rusia, como todo el mundo puede establecer por sí mismo
si revisa la numerosa documentación que hemos resumido en las páginas
siguientes.
Hacemos un ferviente llamado, en consecuencia, a todos aquellos que aprecian
los ideales del progreso humano, para que utilicen todo el peso de su
influencia para poner fin a este régimen de Terror Blanco bajo el cual se
encuentra el país. Es bien sabido, en base a la experiencia histórica, que el Terror
Blanco tal como se vivió en la década del veinte del siglo pasado [ie., siglo
XIX] en Francia tras el retorno de los Borbones, en Italia antes de 1859, y más
tarde en Turquía, jamás ha devuelto la tranquilidad a un país. Solamente
pavimenta el camino para nuevos disturbios, extiende un sentimiento de completo
desprecio por la vida humana, induce hábitos violentos, y, más allá de
cualquier duda, corresponde al interés de la humanidad en su conjunto, y del
progreso en general, que este estado de cosas que prevalece en Rusia, sea
llevado a su fin.
P. Kropotkin
(Extraido de la introducción a “The Terror in Russia
–an Appeal to the British Nation”, 4ª. Edición,
Julio de 1909, Methuen & Co., Londres, pp.2-8.)
[1]
Interpelación al Ministro, 23 de Abril de 1909, por el Partido Constitucional
Democrático (Nota de Kropotkin).
[2] William Thomas Stead,
periodista investigativo británico.
Fuente: http://www.anarkismo.net/article/19984