En Francia existen leyes severas contra quien usa y quien expende cocaína. Y, como es habitual, el azote se extiende y se intensifica a pesar de las leyes y quizá a causa de las leyes. Igualmente en el resto de Europa y en América.
El doctor Courtois, de la Academia de Medicina francesa, que ya el año pasado había lanzado un grito de alarma contra el peligro de la cocaína, comprobado el fracaso de la legislación penal, pide… nuevas y más severas leyes. Es el viejo error de los legisladores, a pesar de que la experiencia haya siempre, invariablemente, demostrado que nunca la ley, por bárbara que sea, ha servido para suprimir un vicio, o para desanimar el delito. Cuanto más severas sean las penas impuestas a los consumidores y a los negociantes de cocaína, más aumentará en los consumidores la atracción por el fruto prohibido y la fascinación por el peligro afrontado, y en los especuladores, la avidez de ganancia, que es ya ingente y crecerá con el crecer de la ley.
Es inútil esperar en la ley. Nosotros proponemos otro remedio.
Declarar libre el uso y comercio de la cocaína, y abrir las expendedurías en las que la cocaína sea vendida a precio de costo, o incluso, bajo costo. Y después hacer una gran propaganda para explicar al público y poner al alcance de la mano los daños de la cocaína; nadie haría propaganda contraria porque nadie podría ganar con el mal de los cocainómanos.
Ciertamente, con esto no desaparecería completamente el uso dañino de la cocaína, porque persistirían las causas sociales que causan los desgraciados y los empujan al uso de drogas. Pero, de cualquier modo, el mal disminuiría, porque nadie podría ganar con la venta de las drogas, y nadie podría especular con la caza de los especuladores. Y por eso, nuestra propuesta no será tomada en consideración, o será tratada de quimérica y loca. Sin embargo la gente inteligente y desinteresada podría decir: “Después de que las leyes penales se han mostrado impotentes, ¿no estaría bien, al menos a título de experimento, probar el método anarquista?”.
Escrito por Errico Malatesta el año 1922.