La primera duda que surge en vuestra imaginación es esta: «¿Qué voy a ser?» Esta pregunta os la habéis hecho cuantas veces la razón os ha permitido discernir.
Cuando se está en esa temprana edad en que todo son sueños de color de rosa no se piensa en hacer mal alguno. Después de haberse estudiado una ciencia o un arte —a expensas de la sociedad, nótese bien— nadie piensa en utilizar los conocimientos adquiridos como instrumento de explotación y en beneficio exclusivo, y muy depravado por el vicio debiera estar en verdad el que siquiera una vez no haya soñado en ayudar a los que gimen en la miseria del cuerpo y la miseria de la inteligencia. Habéis tenido uno de esos sueños, ¿no es verdad? Pues estudiemos el modo de convertirle en realidad.
No sé la posición social que ha presidido a vuestro nacimiento; quizá favorecidos por la suerte habéis podido adquirir conocimientos científicos, y sois médicos, abogados, literatos, etc.; si es así a vuestra vista se abren vastísimos horizontes y se os ofrece un porvenir sonriente, quizá dichoso. O, por el contrario, malditos de la suerte sois hijos de un pobre trabajador, y no habéis tenido otros conocimientos que la escuela del dolor, de las privaciones y de los sufrimientos.
Establezcamos el primer caso; habéis cursado medicina; sois, pues, un facultativo. Un día un hombre de mano callosa, cubierta con una blusa, viene a buscaros para que asistáis a una enferma, conduciéndoos a casa de la paciente por una interminable serie de callejuelas, cuyas casas trascienden a pobreza. [...]
Piotr Kropotkin
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